Cuando ingrese a la Facultad de Educación recuerdo que algún maestro nos dijo «no pretendan convertirse en hombre ricos siendo maestros». Podrá parecer limitante el anterior razonamiento, pero es claro que los maestros en ejercicio difícilmente terminen gozando de entradas de dinero como otras profesiones. No se limita la capacidad o el empredimiento, pero es claro que la verdadera riqueza para el maestro de vocación no es el dinero, sino todo lo demás que llena y fortalece el espíritu.

Lo reflexión anterior viene a la mente cuando veo los resultados de una encuesta en un grupo de maestros donde se cuestiona la prioridad en materia educativa. En el ejercicio abierto a las redes sociales manifiesta que las dos principales preocupaciones del maestro son el salario y lo que debe suceder con la cancelación de la reforma educativa y específicamente la evaluación al desempeño docente. Aspectos como la calidad, la capacitación y la infraestructura, por mencionar algunos, quedan en últimos lugares del listado de prioridades.

Sin menoscabar la importancia del salario, ya que eso implica el bienestar de uno mismo y de la familia ¿en dónde queda el valor y el compromiso que se derivan de la vocación del ser maestro?

Ser maestro es una labor social y humana. Es un compromiso de vida de siempre superación, ya que no se puede enseñar lo que no se tiene y ante tanto cambio vertiginoso en la ciencia y tecnología y en el mismo conocimiento, las estrategias de enseñanza que cambian y la evolución de los procesos sociales, no puede ser el maestro una entidad estática. El verdadero maestro debe capacitarse de manera continua para adaptarse a todo lo nuevo y así responder a las demanda formativa de otras generaciones.

Sin embargo, si algo ha sucedido con muchos maestros, es la perdida de la mística y del oficio de educar. El pragmatismo y utilitarismo exacerbado han minado el ejercicio del magisterio al punto de reducir a mínimas expresiones lo importe y trascendente de la profesión que es la formación de nuevas generaciones.

No significa claudicar en la lucha de los valores y de la dignificación del magisterio. Una realidad en nuestro país es la desvalorización del trabajo del maestro al punto de no reconocerlo en la estima salarial. Inclusive se ha percibido que por parte del gobierno, la autoridad educativa, los partidos políticos y hasta sectores de la sociedad civil organizada, los maestros quedan secuestrados por intereses particulares ajenos a buscar las mejores condiciones para elevar la calidad educativa del país. Como efecto de esta perversidad los maestros han caído en la desazón y en ocasiones en la irracionalidad en la lucha de los derechos y,por lo tanto, en la condena social.

Los maestros al final somos el motor y el gran engranaje del sistema educativo nacional.

Si el maestro no está motivado difícilmente puede motivar a sus alumnos para lograr el aprendizaje.

¿Qué podemos hacer para revertir este proceso de desgaste social?

Ahora que se discute el tema de la educación, con base a una reforma educativa que tiene unas bases y principios punitivos y coercitivos en el aspecto de evaluación al servicio profesional docente, solo se habla de una cancelación de la misma sin una propuesta que realmente rescate al maestro de una mediocridad. Al sistema eso no le interesa, ya que esa mediocridad en el compromiso conduce a mantener un control político y social.

De tal manera que los maestros seguimos perdiendo prestigio social. Se nos cuestiona y se quiere responsabilizarnos del fracaso educativo. Es ahí el motivo de rechazo de los maestros a la reforma educativa. Sin embargo, en la naturaleza y en la intención del legislador era poner orden a la importancia de la evaluación del desempeño docente y de ahí su obligatoriedad.

Pero fue claro que lo que se logro fue sacar los niveles de molestia magisterial y la evidencia de un conformismo o estado de confort que alterado no fue aceptado por algunos maestros. En aquellos que no tienen compromiso real por la educación del país.

Si queremos cambiar algo en la educación en nuestro país, necesitamos ver hacia los maestros y crear los mecanismos que no solo lo dignifiquen,le reconozcan su labor y contribución en la formación de nuevas generaciones, pero también, que se exija cada día más en la conformación de un sistema de valores profesionales que enaltezcan el patriotismo y el amor a la democracia, que se aspire a ser los motores del cambio y la evolución social.


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