El día de hoy se conmemora el “Encuentro de dos mundos“, el acontecimiento histórico entre el viejo continente con España al frente en el viaje intrépido de Cristóbal Colón con los pueblos aborígenes y autóctonos del continente americano. Lo que algunos, en el afán de sostener el discurso polarizado contra el Imperialismo y la visión romántica del desarrollo cultural de los indígenas, truncado por la intromisión de los españoles, continúan enardeciendo los ánimos contra este hecho histórico.

En días pasados la presidencia, por medio de la visita de la esposa del presidente López Obrador al Papa Francisco, insiste en un ejercicio de contrición del Estado Vaticano por su participación en estos hechos históricos. Argumento que igualmente ha sido expresado al gobierno Español, que a su vez, ha rechazado pedir el perdón que exige hoy en día Andrés Manuel López Obrador.

¿Hay bases y fundamentos para seguir con la exigencia del perdón?

En primera instancia hay que reconocer el rasgo histórico de la Conquista de México. Hernán Cortés fue un gran estratega militar pero mucho más político. Al llegar al Valle de la Ciudad de México era muy claro que las fuerzas españolas eran muy inferiores, inclusive menos de la expedición de Pánfilo Narvaez quien había sido enviado por Diego Velázquez, gobernador de Cuba, para aprehender a Cortés. Sin embargo, con la conciencia de las enemistades que los nahualts había cosechado con los otros pueblos a lo que mantenían sojuzgados. Cortés maquinó una serie de alianzas que le proporcionaron un gran poder militar que permitió el asedio final a Tenochitlán. Sin el apoyo de los pueblos enemigos que se unieron a los españoles contra los habitantes de Tenochitlán, la sede del poder del gran emperador Azteca, la conquista no se hubiera concretado. En ese caso, los descendientes de esos pueblos autóctonos tienen una gran responsabilidad histórica en la destrucción de las culturas precolombinas.

Inclusive ni la Nueva España, la denominación del virreinato español en lo que después fue conocido como México, no era una nación previamente dicho. En ese entonces, la Nueva España era un conjunto de diversas provincias y reinos que estaban gobernados desde la metrópoli y que entre ellas habías diferentes jurisdicciones. Por lo cual hablar de una unidad nacional en esos tiempos, ya que la segregación social derivado de un sistema de castas y la desigualdad económica, resulta una visión muy romántica y utópica de la historia. Para comprender esa profunda división basta analizar la obra “Historia antigua de México” del principal historiador colonial el jesuita Clavijero que, aunque utiliza el término México la referencia interna en su escrito, nos habla de un país llamado Anáhuac sin contemplar el norte de México y la península de Yucatán.

Por otro lado, es preciso establecer que la nación de país se remonta hasta inicios de 1824 cuando un congreso constituyente, repuesto después de la imposición del Primer Imperio Mexicano encabezado por Agustín de Iturbide, cuando se firma el Acta Constitutiva de la Nación que da origen a la primera Constitución Política y se adopta el nombre oficial para esta nación como los “Estados Unidos Mexicanos“.

Más tendríamos que exigir, para el Estado moderno que hoy es México, un acto de contrición a los Estados Unidos o a Francia. Hasta Nicolas Trist, enviado como representante del gobierno yanqui para las negociaciones de paz en la invasión de 1847, reconoció que las condiciones de la exigencia de cesión de terrenos eran muy injustas y, más tarde, llegó a afirmar que, si él fuese mexicano, preferiría morir antes que firmar el acuerdo que significó un robo a mansalva de los norteamericanos. Sobre Francia, Napoleón III, recordemos, que a calor de mexicanos conservadores se impuso un nuevo gobierno imperial. Una clara intromisión contra la soberanía del país. Eso hechos si fueron una afrenta directa y artera contra el pueblo mexicano, porque la nación ya existía.

Sobre España, ya hay un reconocimiento, de olvido y perdón con la firma de los Tratado de Paz y Amistad signados en 1836 y donde España reconoce la independencia de México. En el artículo II de este tratado internacional firmado por Isabel II de España y por México por Miguel Santa Maria, ministro plenipotenciario de Corte de Londres se establece:

“Habrá total olvido de lo pasado, y una amnistía general y completa para todos los mexicanos y españoles, sin excepcion alguna, que puedan hallarse expulsados, ausentes, desterrados, ocultos, ó que por acaso estuvieren presos ó confinados sin conocimiento de los gobiernos respectivos, cualquiera que sea el partido que hubiesen seguido durante las guerras y disensiones felizmente terminadas por el presente tratado, en todo el tiempo de ellas, y hasta la ratificacion del mismo. Y esta amnistía se estipula y ha de darse por la alta interposicion de S. M. C., en prueba del deseo que la anima de que se cimente sobre principios de justicia y beneficencia la estrecha amistad, paz y union que desde ahora en adelante, y para siempre, han de conservarse entre sus súbditos y los ciudadanos de la república mexicana.” (sic)

Sin embargo, pretender irnos mucho más atrás en un contexto muy diferente a las condiciones más recientes o que se vinculan al nacimiento de la nación mexicana, es meternos en una discusión anacrónica y contraria a reconocer, para bien o mal, que los hechos históricos que suscitaron una fusión de dos grupos sociales ha producido la base cultural de una nación que sigue evolucionando.

Si los españoles se excedieron con la destrucción y las matanzas genocidas contra el pueblo autóctono, no lo podemos de negar. Lo que nos debe llevar a la conciencia de darles el respeto a los pueblos originarios del desarrollo e integración nacional. Pero pretender “borrar” del relato o discurso histórico de estos hechos, es negarnos el fundamento de nuestra nación y la base de nuestra cultura. Hoy nos toca construir nuestra historia recompensando a los pueblos originarios su dignidad.

 

 


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