En las pasadas vacaciones de primavera mientras probaba suerte en
el tiro al blanco en la feria de Progreso, de pronto, sentí una humedad fresca y
fría en la antepierna. Atrás de mí se encontraba una pareja de niñas, que al
parecer, probaban la botella de espuma que sus padres les había comprado
momentos antes.

No voy a negar que el incidente, en primera instancia, me molestó.
Por consecuencia, no pude evitar una cara de reprobación, tanto a las pequeñas
como a los padres de familia, ambos que caminaban atrás de sus hijas, y por lo
tanto, no ajenos a lo que las niñas hicieron.

Lo que sorprende el incidente, que por lógica hubiera esperado una
disculpa por la situación, el padre de las pequeñas, con rostro austero me
recrimina con la expresión: “ni que fuera para tanto”

Por prudencia, mejor no conteste a la aseveración y procedí a
limpiarme la espuma que tenía en la pierna. Durante ese momento no pude dejar de
pensar qué hubiera pasado en caso de presentarse la sucesión de hechos al
contrario. Es decir, que el que hubiera lanzado la espuma sea yo, sin querer y
por puro accidente, hacia alguna de las pequeñas. No dudo que el señor, alegando
su derecho a defender a sus pupilas, arremetería contra mi persona, exigiendo la
disculpa …si es que me diera oportunidad para decir algo.

Lamenté, como lo sigo haciendo, que se perdiera la oportunidad de
enseñarle a estas niñas una lección sobre el valor de la humildad. Estoy
convencido que las niñas lo hicieron sin ninguna mala intención. Un simple:
“disculpe”, sería más que suficiente para enseñarle lo importante de la
reconciliación en la convivencia humana.

Posiblemente el señor se sienta contento por defender el honor de
sus hijas, pero no se da cuenta, que con ello, lo único que provoca es una
debilidad en la personalidad de sus hijas.

¿Cuántas familias no se quejan que sus hijo no cumplen con las
responsabilidades? ¿qué no obedecen lo que los padres dicen?

Hace algunos años que llevo reflexionando sobre los derechos y las
obligaciones de los niños. Del primero creo que abunda información, así como
también, campañas que ensalzan que los niños tiene muchos derechos que se deben
respetar. Pero ¿Qué paso con sus responsabilidades?

La responsabilidad puede ser entendida como la capacidad de la
persona, que en su inteligencia y voluntad tiene, para asumir las consecuencias
que su conducta libre le provocan. Por el simple hecho de ser personas
inteligentes con voluntad propia ya tenemos responsabilidades de lo que hacemos
y omitimos.

Así como este señor, existen muchos padres de familia que están
muy preocupados por darle lo mejor a sus hijos, sobretodo cuando en la infancia
se tuvieron muchas carencias, no solo materiales sino también, emocionales. Ahí
no esta lo malo. El problema real es que la preocupación de buscar una felicidad
en los infantes nos lleven a desviarnos de la educación, que un día mas
adelante, les darán la fortaleza de ser personas que cumplirán cabalmente sus
responsabilidades, y con ello, la capacidad para ser felices.

Pero ojo, no es hasta los 18 años, cuando se cumple la mayoría de
edad, sino desde muy pequeños, los padres deben infundir en el niño las
responsabilidades.
Desde pequeños ellos son capaces de entenderlo.

Revista Ser familia. Año1. No. 4. Julio 2006

 


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