El Partido Revolucionario Institucional tiene su primera prueba de fuego este fin de semana. Previamente desde mediado de la semana se estarán efectuando mesas temáticas sobre diferentes temas que culminarán en la celebración de la XXII Asamblea Nacional. Los temas son cruciales para definir el rumbo del partido tricolor hacia el proceso electoral de 2018. Sobre todo, si los priistas aspiran a conservar el gobierno federal y ganar las diferentes gubernaturas en competencia electoral donde se incluye a Yucatán.

Una cosa es muy clara. Si hoy fuesen las elecciones las proyecciones no vislumbran un buen panorama para los priistas. En los últimos procesos electorales estatales el voto se viene segmentando entre las diferentes fuerzas políticas experimentado una reducción en la preferencia electoral del PRI. Esto alimenta la percepción de ilegitimidad en los resultados con las dudas de que el triunfo realmente se gane limpiamente con el voto de los electores. Al PRI siempre se le acusará de malas prácticas, sin importar, que tales ya son características de todos los partidos políticos en una pugna electoral.

Basta ver en las redes sociales, que cada día se convierten en foros públicos para medir la percepción que la mayoría tiene sobre los hechos sociales, que la situación contra el priismo es encarnizada. Que ante la falta de una estrategia de comunicación política por la presidencia federal se ha permitido que los malos señalamientos y la crítica, en muchas ocasiones injuriosa por solo hablar por hablar sin pruebas o sustentos, abunden. Esto no significa que todo esté bien. Hay situaciones que merecen ser señaladas y juzgadas de manera objetiva y sustentada para fortalecer la vida institucional en lugar de denostarla.

Hoy los priistas tienen que lidiar con la realidad de la corrupción de los gobernadores que la han manchado la probidad y la honestidad del partido. Un mal que recorre a todos los partidos políticos, pero para el PRI ya resulta imperdonable por el colectivo nacional.

Así que los resultados de esta asamblea nacional a celebrarse serán trascendentales para la vida interna del partido y, en consecuencia, siendo hoy el régimen de gobierno fundamental para las decisiones que tomarán los priistas rumbo al 2018.

Es necesario que el Partido evolucione conforme lo hace la sociedad, la forma de interacción social que hoy está mucho más abierta a la crítica, a la exigencia y al diálogo colectivo. Atrás debe quedar la simulación asambleísta donde se imponen desde las cúpulas las líneas de acción sin considerar la necesidades, posturas y exigencias de las bases partidistas. El “dedazo” debe ser tema superado y erradicado. No es por imposición como se puede lograr el convencimiento, primero de la militancia para que ésta sea el principal promotor hacia fuera del partido.

Es claro que el PRI, uno de los partidos políticos más longevos del mundo se ha caracterizado por ser un gran ejército. Hoy se tiene que transformar para abrirse a esos “soldados” y hacerlos parte de los procesos de decisión. No basta con solo dar órdenes y esperar que se ejecuten con absoluta precisión para lograr los resultados proyectados.

No es lo mismo unidad y agrupamiento. En la primera hay una unificación en el proyecto, en la visión y en lo que se quiere. No importa en este nivel de organización quién encabece, sino lo sustancial es que hay un camino claro y contundente de lo que se debe hacer y hacia dónde se va.

El agrupamiento es solo buscar formar equipo sin que se antepongan los intereses generales, sino los del propio equipo o lo peor los individuales de los sujetos sin la consideración de las metas superiores.

¿Hacia dónde va el PRI?

La respuesta a la pregunta permite proyectar cuál sería la estrategia ganadora para el 2018. Es claro que la unidad está hoy en día difícil. Como dijera Venustiano Carranza, en los tiempos de definición de lo que sería el nuevo gobierno revolucionario ante una renuncia de Porfirio Díaz y se discutía la viabilidad de un gobierno interino: “la revolución es de principios, no personalista”.

Si no hay proyecto general que convenza a todos, más allá de las personalidades o de liderazgo, el camino está rumbo a un descarrilamiento mayúsculo que podría abrir el gobierno a fuerzas políticas que realmente serían un peligro para la estabilidad política, social y económica de México.


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