En los últimos años, el mundo entero ha reaccionado contra el “status quo” de los sistemas políticos. Lo que algunos han denominado la “reacción antisistémica”.

La incapacidad de los sistemas políticos y los regímenes de gobierno han producido un hartazgo social y una animadversión contra las fuerzas y los actores políticos. No se niega que la ineficiencia e ineficacia en la generación de políticas públicas, la gran brecha entre los ricos y los pobres, el sistema económico que privilegia la concentración de grandes capitales en pocas personas mientras la gran mayoría se sumerge en la pobreza, son los insumos de un cultivo de reacción contra el sistema político.

El populismo no es algo nuevo. De hecho, hay quienes lo configuran desde los tiempos del “pan y circo” en la cultura romana. Lo importante para la conservación de la estabilidad del gobierno se depositaba en la capacidad de este de saber darle al pueblo lo que deseaba y quería, aún no sean las condiciones de bienestar general lo que al final se fortalezca.

Ahora que estamos en tiempos de campaña, seguimos escuchando de los ahora precandidatos lo mismo que cada oportunidad se dice en la competencia electoral: que ellos si pueden, que son lo que tienen experiencia, que el cambio viene y será una nueva oportunidad para crecer y hacer desarrollar al país, que ahora si se logrará combatir la injusticia y que se meterá a la cárcel a los corruptos.

El mismo discurso, las mismas palabras. Una y otra vez que se abre un ciclo electoral escuchamos los mismos compromisos y las promesas de siempre. Al final nunca, no se cumple. ¿Cómo podemos ahora garantizar que no son palabras huecas y sin sentido?

Es por ello de que el peligro de hacerle caso al populismo nos puede llevar al país a un camino sin retorno inmediato a la cordura, la paz, la gobernabilidad y las opciones de crecimiento y desarrollo político, social y económico.

La clase política tradicional está empujando para que el populismo sea una opción real de gobierno para la mayoría de los mexicanos. Un populismo que le ha hecho mucho daño al desarrollo político de América Latina. Un populismo que ha destrozado economías fuertes y disminuido la calidad moral y política de naciones donde se ha impuesto. La evidencia está en la revisión de la historia y de los acontecimientos que marcan la evolución de las naciones.

En las redes sociales, que son una forma de valorar el estado de ánimo de los ciudadanos, se nota una creciente corriente simpatía por cuestionar al sistema y abrirle pase al populismo. El problema es que son más una reacción contra el sistema que una forma de encontrar una propuesta viable y sensata para el desarrollo político, económico y social. Algo que ha sucedido en otros países que hoy están sumidos en el atraso y el caos.

La pregunta no sería qué es lo que queremos para el país, sino ¿qué es lo tenemos que hacer para que cambie la clase política?

Porque si algo podemos estar seguros de que la “salvación” del país no depende de un mesías.

Lo que se necesitaría es un liderazgo político y social que nos conduzca a todos a consolidar un proyecto de nación incluyente, abierto a la crítica, respetuoso de los derechos humanos y el respeto a la Constitución, que fortalezca las instituciones y los marcos jurídicos pertinentes, que oriente la economía para consolidar el consumo interno y permite el desarrollo financiero del ciudadano y la sociedad.

Para ser honestos, lo anterior se queda como un ideal y un catálogo de las mejores y buenas intenciones; porque en la realidad, no se observa que ningún precandidato garantice plenamente el compromiso para ver más de los propios interés y compromisos de grupo político.

AL CALCE. Este es mi pensamiento, análisis y propuesta. No hay ningún grupo ni mafia de poder atrás de cada una de las palabras. Los verdaderos demócratas no pueden censurar ninguna manifestación de ideas, aunque sean contrarias.

 


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