Hace 20 años, ante un partido de estado vertical y hegemónico sin contar con instituciones autónomas para los asuntos electorales, se acuño el término de “voto de castigo” para ir contra ese sistema político que coaccionaba la libertad de expresión y decisión.

Pero igualmente se fueron dando los pasos necesarios para la institucionalización por la vía legal, organizacional y logística para dar mayor certeza a los procesos de decisión electoral. El resultado lo vemos hoy en día. Los gobiernos en los tres niveles del Estado mexicano, les guste o no a algunos, surgen hoy de procesos legítimos. Con lo cual se propicia la apertura democrática plena y hoy todas las fuerzas políticas han asumido en alguna ocasión el cargo público de elección popular.

Ya no estamos en un mundo de ideal y de grandes promesas. La seducción de la simpatía política ya pasa por el pragmatismo de gobierno. El cuestionamiento de falta de compromiso, inacción política y de corrupción baña a toda la clase política, a las instituciones y partidos políticos.

La expansión de las redes sociales y los nuevos mecanismos de intercomunicación global abren horizontes de expresión que sobrepasan fronteras. El cuestionamiento es directo. La crítica se memetiza y se viraliza en cuestión de segundos.

La política hoy ya no es de grandes discursos y ostentosas retóricas. Una cosa es clara para el ciudadano: el sistema político en sí mismo está caduco, es un ente sobre el cual no se puede confiar. La credibilidad en el sistema político parece tocar fondo. No importan que las buenas acciones se digan, porque no cuentan igual. Porque la sociedad siente hartazgo ante la falta de resultados.

La economía no funciona. En los hogares no llegan los beneficios que algunos políticos si tienen. La inseguridad se fortalece en varias partes de la república sin que veamos acciones concretas y contundentes en su combate. En la psique del mexicano que desconfía no puede sustraerse la percepción de la vinculación de gobiernos con la delincuencia organizada.

Esto no es privativo de México. Es un fenómeno que está alcanzando a todos los países democráticos. La democracia en sí misma está quedando en entredicho.

Estamos de facto ya metidos en la sucesión para el 2018. Los partidos políticos empiezan a moverse para determinar candidatos y líneas de acción ante lo que viene. Lamentablemente vemos el mismo discurso político, lleno de doble moral, sin ideología y menos con visión política o social. Hay falta de compromiso y sensibilidad para entender esos signos de la democracia, de acercarse a las necesidades de los ciudadanos, ni comprender los retos de la sociedad.

Arrastra la clase política la historia de corrupción de gobiernos que cuestionados en su momento hoy son síntoma del abuso de poder, del dispendio del recurso público y la falta de valores democráticos y legalidad. Nadie escapa de historias de carentes de transparencia y rendición de cuentas. No se puede explicar las cuantiosas fortunas que se consolidan desde una función pública. La cultura de los “moches” se vuelve característica hasta en quienes no ejecutan un presupuesto, pero si son capaces de definir obras públicas.

En resumen, hay mucha molestia de los ciudadanos con el gobierno, los funcionarios públicos y la democracia como un sistema político. Lejos está en la realidad la concreción de la democracia no solo vista como un sistema político, sino como un sistema de vida que otorga las mismas oportunidades para todos.

Hoy el voto antisistema predomina el mundo. Es una reacción ciudadana que va más allá del voto de castigo. Se trata de trastocar los cimientos de la estructura democrática de la sociedad. De pedir un cambio de dirección, de humanizar la política con la reducción de diferencia entre político y ciudadano.

Lo malo es que pareciera que las democracias dejan de funcionar. Lo peor es que bajo esa premisa se decide dentro de las reglas de la democracia la asunción al poder del tirano. Esto es peligroso no solo para un país sino para el mundo entero.

¿Qué es lo debemos hacer ante esta realidad?

Es una pregunta fundamental que no solo les compete a los políticos, sino a toda la sociedad. Al final son lo que conforman la sociedad los responsables de su fundamento y estructura.


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