En los últimos tiempos se ha insistido en el combate contra la desigualdad entre el hombre y la mujer.

Yucatán tiene mucho que decir ya que fue en esta tierra cuando se celebró el primer congreso feminista nacional y fue la entidad que otorgó el voto a la mujer antes de que se haga a nivel nacional. Sin embargo, es necesario resaltar que aún y a pesar de esos antecedentes históricos la posición de la mujer sigue en total desventaja en comparación con el hombre. Basta notar los altos índices de violencia familiar y las pocas oportunidades reales de desarrollo laboral y social.

No hay duda de que la mujer yucateca es un baluarte de nuestro desarrollo social, económico y político. Ellas son el fundamento de la familia en cuanto la satisfacción de las necesidades básicas. Igualmente hay que reconocer su participación en estructura de gobierno, especialmente en las presidencias municipales, diputaciones y senaduría. Ya fuimos gobernados por dos mujeres.

Los organismos del Estado mencionan mucho el tema de empoderamiento de la mujer y la perspectiva de género. Pero basta contar cuántas mujeres son parte del gabinete y darnos cuenta de que continua marcado machismo en las estructuras que toman las decisiones políticas en Yucatán.

Como una medida para combatir esta realidad es la ponderación del 50-50 en la selección de candidatos para puestos de elección popular para proceso electoral 2018. Lo que tampoco garantiza que al final sea realmente la mitad de municipios sea administrado por una mujer. El elector al ejercer su voto podrá elegir a un hombre para el cargo de presidente municipal, perpetuando por una período más la presencia masculina en la representación popular.

Esto nos debe llevar a concluir que la medida, así como las promesa de combate a la desigualdad de género, resultan simulaciones para quedar bien en el discurso político.

De hecho, en la práctica cotidiana es mucho más fácil elegir a un candidato hombre por la simple razón de que es hombre. Para el caso de las mujeres se exige talento y capacidad que debe ser más que evidente como si fuese una obligación para comprobar que si están aptas para el cargo de elección popular. Una situación que refuerza la desigualdad y la discriminación.

En el análisis de esta situación problemática se reconocen estas prácticas, como las cuotas de género, como ejemplos de micromachismos. Entendiéndose como las prácticas sociales que supuestamente tienden a disminuir la desigualdad entre hombre y mujer cuando en la realidad la siguen fortaleciendo de una manera sutil e imperceptible.

En lo personal creo que la sociedad debe consolidarse con el trabajo tanto del hombre y de la mujer, hombro con hombro. Todos y cada uno de nosotros, sin distinción del sexo, tenemos talentos que aportan beneficios a la sociedad. La competitividad debe exigir parejo a ambos sexos en cuanto creatividad y capacidad. Pero aún hay estructuras de poder y sociales que se resisten a reconocer la igualdad y equidad de género como un fundamento social que consolida la paz y armonía social.

Pero debemos aceptar que nos falta mucho para ver a la mujer ya no como un objeto. La cosificación de la mujer es muy importante desenterrar en las decisiones públicas, comportamientos sociales y decisiones privadas para realmente darle el lugar que se merece. La mujer no debe ser una cosa, sino un sujeto activo para la vida productiva del país, de su comunidad, pero sobre todo de su familia.


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