ser_maestroHace algún tiempo un alumno entró en mi salón de clase, justo al momento de iniciar una prueba escrita con sus demás compañeros, gritando insultos y leperadas en contra mía. El asunto había sido la decisión de haberle puesto una calificación reprobatoria por no entregar previamente un trabajo solicitado. En una primera instancia tuve la fortaleza de pedirle que abandone el salón de clase para iniciar la prueba con los demás compañeros. Al rato, cuando juzgué que la situación se había calmado y el susodicho estudiante estaba acompañado me acerqué y le pregunté qué había sucedido con su trabajo. Como respuesta fue el pretexto de que se había mojado por causa de la lluvia. Al escuchar le indiqué que la responsabilidad de su calificación no era mía, que yo solamente tomaba la decisión a partir de la evidencia del trabajo, que si tenía en ese momento la tarea aún estuviese mojada que lo entregará y daba la instrucción para que contestará la prueba. Al no recibir respuesta, me retiré de la presencia del alumno y los testigos. Al final, el alumno se acercó y me pidió disculpas por el exabrupto. “Todos tenemos momentos malos” – le dijé – “… pero no significa usarlo como pretexto para un comportamiento irracional”.

La anterior anécdota, como muchas otras que puedo sacar de la memoria, me remiten a la importancia que como maestros tenemos en la interrelación con los estudiantes. La tarea educativa no es sencilla. En la cotidianidad estamos expuestos a un escrutinio constante de nuestras decisiones. La disponibilidad en las explicaciones y justificaciones debe ser completa.

Ninguna duda o queja debería sacar al maestro de sus casillas por más estrés que se tenga. Inadmisible que se afirme que se tiene agotamiento mental cuando estamos frente a un grupo y tenemos la responsabilidad de su atención y conducción. Aquí la edad no cuenta y no marca diferencia. Al ser uno maestro nos coloca en la posición de ser la autoridad de un grupo, de la obligación de ser guía y gestor del conocimiento. Más en un sistema que se dice de competencias donde el maestro debe asumir una tarea de facilitador de las acciones educativas. Más cuando se dice que no nos olvidemos de las actitudes y los valores. La educación integral se debe demostrar con el ejemplo vivo del maestro en su capacidad de afrontar con entereza, firmeza y pulcritud los desafíos que los alumnos nos lancen. Desafíos en la necesidad de comprender el mundo global y complejo de la vida, del conocimiento, las habilidades y las percepciones y actitudes.

La adultez del maestro que se conforma de sus conocimientos, experiencias, habilidades y actitudes integradas en un todo único e indivisible debe estar por encima de sus cansancios. Es la parte que permite la consolidación de su liderazgo para la conducción de un grupo. Es donde se saca esa firmeza para saber cómo conducir a buen camino una praxis educativa.

Ante una sociedad de pensamiento divergente y de multiplicidad de sistemas de conocimientos derivados de la globalidad intelectual, el maestro de hoy deberá asumir una honestidad y humildad, que sin perder su autoridad, tenga la sapiencia para afrontar este mundo que nos toca vivir.

Es ahí donde radica el gran compromiso social y humano del educador de, con y en competencias. Saber conducir con liderazgo no impositivo, sino generador de conciencia, de reflexión y motivador a superar las deficiencias. No hay lugar para los se viven quejando de su estrés y sus agotamientos mentales. Por más que estos existan, la madurez del maestro las debe esconder con inteligencia para lograr ser artífices efectivos del aprendizaje de los estudiantes.


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