No será la primera navidad que el mundo se sumerge dentro de la tragedia. El tiempo de paz y de amor que se propaga en estos tiempos parecen que no tienen sentido ante los problemas que los humanos mismos nos creamos. Lamentablemente el fundamentalismo religioso exacerbado no puede entender de tolerancia y comprensión del que piensa diferentes. Pero la unión de lo religioso con lo político provoca un dualismo que integrado es el cáncer social que daña la paz y la armonía social.

Esto es lo que están viviendo ahora en Siria, especialmente en la ciudad de Aleppo. Un testimonio vivo de la irracionalidad humana y fundamentalismo ideológico, religioso y político. Es una tragedia que en pleno siglo XXI, cuando la globalización debería abrir las mentes y la flexibilidad intelectual y racional del hombre, estemos siendo testigos de la destrucción de un pueblo.

Los vídeos de despedida de los habitantes de Aleppo que están viviendo el horror de la guerra son desgarradores. Un conflicto que ha puesto a más de 200 mil personas en medio de una confrontación militar que no le importa en donde cae la bomba o a quienes hay que matar. Un auténtico genocidio que parece no importarle a la humanidad.

Hace días, el jerarca de la Iglesia Ortodoxa Antioquiana, Monseñor Antonio Chedraoui, no decía: el fundamentalismo no enseña el amor, la Iglesia enseña el amor. Si pensamos en ello podemos decir que el amor se construye por que se piensa en el otro, se tolera al otro, se comprende al otro. No es cuestión de cursilería, sino de retomar los principios que nos hacen humanos, que son parte de una naturaleza que olvidamos con facilidad por cultivar otros tipos de valores que nos alejan de lo que deberíamos ser como individuos.

Se dice que el conflicto ha afectado a más de 20,000 niños y niñas. Los sobrevivientes viven en la zozobra de la incertidumbre. Ellos no pueden celebrar nada. Se les ha quitado todo, hasta la esperanza de que mundo les escuche e interceda por esas almas que sufren la devastación de los intereses del poder.

No es cuestión de que dejemos nosotros de celebrar. Más bien, darnos cuenta de que mucho tenemos y debemos valorar. No estamos en la situación de sufrimiento ni de inseguridad que ponga en peligro la seguridad de nuestras familias, seres queridos y conocidos.

Como humanos que somos y que deberíamos “no tener atole en la sangre” podemos interceder por aquellos seres que sufren el horror de la guerra o la inseguridad, no solo de Aleppo sino en cualquier parte del mundo.

Un poco de oración y más la intercesión para quienes lo necesitan nos hace recordar que somos humanos. Nos solidariza con todo el planeta, con permite conectarnos con el Ser Supremo y con nosotros mismos.

Guardemos la esperanza de que algún día los seres humanos podamos entender que no importan las diferencias, por más irreconciliables las que nos deben dominar.


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