En estos tiempos de regocijo por la Navidad debemos hacer un alto y reflexionar sobre lo más valioso que tenemos como sociedad como son los niños, niñas y adolescentes. Lo que se dice es la generación del futuro que construimos desde nuestro presente.

Lamentablemente hay retos que como sociedad no somos conscientes para mejorar la calidad de vida y la consolidación de una personalidad adecuada para los infantes. No hay duda que los tiempos de cambio generacional se han acortado por la evolución y expansión de la tecnología y del mundo global.

Desde el punto de vista legal y psicológico se hace un énfasis en la importancia de siempre cuidar el interés superior del niño. Esto consignado en la Convención Internacional sobre los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes. Este principio obliga a la sociedad a ponderar los derechos de los infantes que no deben estar sujetos a un libre arbitrio del adulto cuando atenta contra la integridad física o psicológica.

La anterior suposición que privilegia el cuidado de los derechos de los niños, niñas y adolescentes se han extralimitado a las responsabilidades básicas y elementales que son formadoras del carácter y la utilidad en la sociedad. Es cierto que los infantes no deben ejecutar tareas inhumanas o fuera de la correspondiente edad, capacidades físicas, intelectuales y emocionales. Pero tampoco significa que se supriman la realización de tareas dentro de la familia y, en ocasiones, ayudar en las tareas de los adultos sin perjuicio de su integridad.

La base de jóvenes nini es la incapacidad y falta de compromiso en las responsabilidades que toda persona tiene para su familia y la sociedad.

Al parecer, la idea “no deseo que mi hijo no pase lo que he sufrido en la vida” termina siendo un obstáculo para que los niños, niñas y adolescentes no puedan valorar lo que significa ganarse algo con esfuerzo, disciplina y dedicación. Al final quedan inmersos en un mundo que día a día exige más productividad y competitividad sin contar con los elementos actitudinales pertinentes que los orienten hacia el éxito personal que impacte positivamente a la sociedad.

Es la perversidad que surge por malentender o ajustar principios y recomendaciones a la medida de los intereses particulares de los padres. Porque esa educación, la que forma a la persona, no se obtiene en la escuela. Los centros educativos están para formar en los conocimientos y habilidades necesarios para ser competentes en la vida. Lo ideal, con respecto a los valores y las actitudes, es que en las aulas se consoliden y fortalezca lo que ya se aprendió en la casa. Las instituciones educativas no son sustitutas de la responsabilidad de los padres para sus hijos. Difícil que la escuela pueda enseñar valores por sí misma.

Por eso tenemos niños, niñas y adolescentes emperadores. Aquellos que creen que lo merecen todo por el simple hecho de desearlo. Que el mundo está a sus pies y para cumplir con sus deseos. Son niños incapaces de sentir solidaridad, que no respetar a nadie, ni a sus pares ni a los mayores. Pequeños que al crecer serán carentes de solidaridad y compromiso social.

Ojalá que, para esta navidad, más que llenar el espacio de regalos para los niños y niñas veamos más hacia la importancia del cultivo de la persona que empieza a formarse en el carácter de los niños y niñas. Está bien darles el espacio para el juego, pero no olvidemos que el día de mañana serán los hombres y las mujeres de una sociedad.

Ya no se debe tratar solo de pensar en el mundo que les vamos a construir, sino qué tipo de personas vamos a dejar en aquél.

 


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