banderamexicoLos mexicanos somos una incógnita a nosotros mismos. Decimos que somos demócratas, sin embargo, cuando unos ciudadanos deciden tomar las riendas en un proceso electoral los desestimamos y denostamos. Ahí tenemos el caso del payasito Lagrimitas y del futbolista Cuauhtémoc Blanco. No estoy diciendo que si fuera a votar en sus demarcaciones le daría el voto. No obstante, por espíritu democrático festejo que decidan participar en procesos complejos como ciudadanos, que nos señalen a los demás lo que tenemos que hacer para mejorar la sociedad, que contribuyan a fortalecer la participación ciudadana e interés por los asuntos de la polis – la auténtica política.

Pero no han faltado las descalificaciones. Lo curioso e irónico que nos damos el lujo de exigir a la clase política que se bajen sus sueldos y condiciones de vida como cualquier otro ciudadano. Para ello, si somos buenos. La crítica es la esencia del hacer y quehacer político. No se reconocen para nadie ningún mérito. Ni de los arriba, porque están arriba; y los de abajo, por estar ahí, abajo y jodidos.

Es así como estamos transito en la construcción de la democracia. El ejemplo vivo de la antítesis de “los cangrejitos mexicanos”. Lo importante no es subir, sino como evitar que el está logrando salir de la cubeta no se salga con la suya.

Mientras que otros países están transitando hacia modelos de participación más activa, con compromiso democrático y de exigencia plena de los derechos humanos, la no sumisión del interés particular por darle primicia al general y público, los mexicanos nos sentimos frustrados y seguimos cosechando la pasividad del trauma de la conquista. Una sumisión que estanca. Que nos engaña ante una protesta que solo lucha por un bien propio y no por lo que es de interés global para todos los mexicanos.

Es por ello que no hay una chispa de liderazgo. De un liderazgo que produzca grandes cambios en la convocatoria apelativa hacia lo que necesitamos como nación. Nuestra historia se ha escrito por ocurrencias y no por proyectos a largo plazo. Somos producto del momento y de la emoción. No estancamos en un país que creyó que con solo votar por la oposición y sacar al PRI hegemónico, vertical y absoluto era el camino correcto. Pero llegaron los otros, los azules, y nos mostraron la cara de que la política, por lo menos la burocrática o que gobierna, es para servirse con la cuchara grandes entre los grandes amigos y los círculos cercanos.

Hoy las cosas parecen tirarle con todo al enemigo, burlarme de cuanta cosa realice, aún si ésta sea buena. Lo importante es no darle crédito alguno. Lo trascendental es que no se pueda gobernar bien. Por ello no hay diálogo constructivo. La competencia política es darle duro y con todo.

¿Podemos entonces así construir un país?

La democracia en México pende de un hilo muy fino. No nos está importando el bien colectivo, el hacer que las cosas pasen en beneficio de la nación, de los más pobres, de los desamparados, de los “jodidos”. La política se desvirtúa por la acción misma de los ciudadanos que no estamos asumiendo en control del sistema político del cual somos el fundamento y basamento en la cual tiene base la sociedad.

De este modo tendremos en cada elección una “madre de las batallas” que librar. Ahora no es la excepción. La empezamos y la viviremos en un clima muy cerrado de denostación, decepción y sin un auténtico análisis de propuestas.

No sé que sea peor. Votar porque me regalen una torta o un jugo; o emitir mi sufragio, con la carga de frustración, decepción y denostación contra un contrario, sin análisis de la realidad, ni consideración de la propuesta y mucho menos una acción para verificar y exija que los compromisos se cumplan y se ejecuten a favor de la sociedad.


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