La democracia es más que un sistema político. Se debe entender como un sistema de vida que debe otorgar las mismas oportunidades y derechos a todos. Entre los derechos fundamentales de los ciudadanos es la libertad manifestación de ideas y de expresión.

En estos días que estamos viviendo un proceso electoral se dice que estamos en una fiesta democrática. Sin embargo, es fácil percatarse que no hay una sana convivencia en la sociedad con motivo de las preferencias electorales. Lo que debería ser festivo en donde impere el respeto entre los miembros de la sociedad en los medios en donde se permite la interacción ciudadana, sean impresos o por medio de las redes sociales, el ambiente de discusión cae en la descalificación personal, en la calumnia y difamación.

Es así como muchos quieren vivir la democracia. No les importa dañar la integridad moral. Se habla y se dice sin sopesar las consecuencias y alcance del dicho. Quienes lo hacen se escudan en la falacia que tales comentarios son expresiones de la libertad de opinión. Se amparan en la constitucionalidad de un derecho humano. La visceralidad sucumbe al análisis inteligente y la opinión propositiva que debería construir una plataforma de coincidencias.

Sin embargo, es preciso destacar que la libertad de expresión tiene sus límites como cualquier otro derecho donde hay obligaciones que se deben cumplir para el ejercicio del mismo. Entre las que se destacan que la opinión debe ser respetuosa, que no dañe a terceros ni menoscabe la dignidad de la persona. Lo contrario cae en la difamación, la calumnia y la infamia.

No es posible que estemos como sociedad exigiendo más respeto a la legalidad, al estado de derecho, cumplimiento de valores democráticos para todos la clase políticas; mientras que los ciudadanos, no elevamos la discusión y debate político con altura, propuesta y pleno respeto a los derechos de los demás en cuanto a la libertad decisión, de opinión y de preferencia electoral.

La sociedad no debería ser la “porquería” ni abonar a la “corrupción” de los valores democráticos. Quien lo hace se menoscaba en su valor como ciudadano responsable y democrático. Aquel que no es incompetente para proponer soluciones y actuar en congruencia a favor de la sociedad. Porque no se puede pedir o exigir respeto cuando uno es incapaz de proporcionarlo.

Pero todo es parte de la complejidad del humano y su capacidad de análisis y decisión. Más de una sociedad mexicana que reconoce que hay una pluralidad política e ideológica marcada y diferenciada por las múltiples realidades sociales del país. Mucho más cuando se trata de grupos humanos con intereses específicos y aparentemente en la forma contradictoria, o por lo menos, no compatibles.

Entonces tenemos que aceptar que para consolidar la democracia no ha bastado establecer nuevas reglas jurídicas con mecanismos de control económico y de procedimiento electoral, de fomentar más la participación ciudadana, observación electoral, fiscalización de recursos, entre algunas de las medidas adoptadas en la Constitución y legislación electoral.

Falta maduración en los electores para entender que lo más importante de votar o elegir a un candidato ideal es provocar que la clase política realmente mire, escuche y responda a la sociedad. Lo que menos debe importar es la agresión que se justifica en una mala interpretación y extralimitación de la libertad de expresión.

Los ciudadanos deberíamos de hacer frente en cuanto a las necesidades que debemos afrontar y que esperamos que los políticos nos propongan y se comprometan en su solución. Así se cumpliría el principio de que somos los mandantes y los elegidos por el voto popular, los mandatarios.

¿Cómo podemos lograr lo anterior si en la base de la sociedad, es decir los ciudadanos, nos estamos enfrentando entre nosotros mismos?

¿Es acaso así como se debe vivir y practicar los valores democráticos?

Basta recordar para este caso la máxima de Juan Jacobo Rousseau que dice “puede ser que no esté de acuerdo con lo que digas; pero defenderé, hasta la muerte el derecho que tienes de decirlo”.

Un principio que nos permite concebir la tolerancia como uno de los valores fundamentales de la democracia. Si existen leyes que se hacen cumplir para dar legalidad a los procesos de decisión, las oportunidades son mismas para todas las fuerzas políticas, existe la representatividad conforme a la decisión de mayoría, los ciudadanos debemos asumir un verdadero compromiso a favor de la sociedad sin miramientos personales, sino en el beneficio de la colectividad.

La tarea aún está pendiente.


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