– ¡Marcos se ha ido! – gritó el Abuelo.

– ¿En dónde está Marcos? – cuestionó el tío Pepe

– ¡Se ha ido! – exclamó Maricela.

Todos estaban buscando por la casa a Marcos. El Abuelo con su motricidad
disminuida por la edad solo alcanzo a revisar en los cuartos y en la sala. El
tío Pepé se dirigió al patio, revisando con minuciosidad hasta debajo de las
piedras. Maricela, la prima del desaparecido corrió a buscar a la esquina de la
calle.

Ella llegó justo cuando apenas se preparaba el inicio del partido de fútbol
callejero, que mucha más expectativa generaba que un clásico América – Chivas.

– ¿Han visto a mi primo Marcos? – cuestionó desesperada la prima a los
jugadores y espectadores.

No falto que ninguno de los presentes viera con barrida de ojos de arriba
hacia abajo para regresar arriba la graciosa figura de la prima de Marcos. La
cuadra entera, por no decir el barrio, contenía la respiración cada vez que ella
salía rumbo a la escuela. No era alta, como tampoco baja de estatura. Era una
colegiala de secundaria, a la que nadie conocía pretendiente hasta el momento,
pero en muchos despertaba suspiros, tanto en la incipiente juventud como en
aquellos de años que añoran la mocedad ya del pasado.

– ¿Han visto a Marcos? – exclamó con más fuerza ante la nula respuesta a la
primera pregunta.

Los demás, los chicos jugadores que no rebasan de los 17 años con excepción
de Javier, que por “viejo” de solo tres años más, era el líder moral de toda la
palomilla, movieron e hicieron muecas reprobatorias. No tenían conocimiento de
la dónde podría estar su amigo Marcos.

Vale la pena aclarar en este punto de la historia, que Marcos era un
adolescente de apenas 15 años cumplidos apenas unos días antes de este
acontecimiento. Como cada mañana se había levantado y acudido a la escuela,
donde salió una hora antes, más temprano, ya que el maestro de música por dar un
recital en el Centro Cultural Municipal de la Ciudad no pudo acudir a su clase.

Según Juan, minutos antes del timbre de lo que fue la última clase, la de
Doña Martina, la “dictadora”, la que ejercía una fuerza dominadora que molestaba
a los alumnos, Marcos preparó su maleta, guardo diligente sus útiles, y aún
alcanzo a tirar dos bolas de papel, que celosamente guardaba en su mochila con
el “Nelson”, el nerd del salón, y por consecuencia, motivo de burla de los
demás. Salieron y cada uno tomo su rumbo. No supo para donde había ido.

José, el hijo de Don Lucas, el de la tienda de la esquina que se acercó al
ver la reunión que demostraba un creciente murmullo, afirmó haberlo visto
caminando por la calle. Marcos llevaba un bulto recargado en el hombre
izquierdo, mientras con el derecho consumía su refresco, aquel que siempre
compraba para darse aliento en la caminata a plena luz del día bajo los rayos
del sol. Recordó que no estaba solo, que iba acompañado de una chica, que se
parecía a la güera pecosa de la vuelta de cuadra.

En ese momento, los demás compañeros de juego lo miraron extrañado.

– ¿Recuerdas el color del bulto? – preguntó su propio hijo.

– Azul – respondió con toda seguridad Don Lucas.

Los demás rieron moviendo la cabeza en negación contundente. Ellos sabían que
la güera estaría con toda seguridad acompañada del “Calambres”, quien por cierto
tiene una mochila azul. Nadie sabía el nombre de tal fulano muy parecido
físicamente a Marcos, por lo que ahí la confusión. Lo seguro es no habría durado
mucho, en caso de ser efectivamente Marcos caminar con tranquilidad junto a la
pecosa. Celoso guardián de la chiquela, el “Calambres” daba su escarmiento, con
buenos golpes de puño cerrado, a todo aquel que se atreviera acercarse más de la
cuenta a ella. Suponían todos, que tal joven, que no era fornido, pero si muy
veloz, sería hijo de algún boxeador o luchador – ¡Eso se lleva en la sangre! –
sentenciaban a menudo los demás.

En fin… todos discutían pero no se llegaba a descifrar el gran misterio de
la tarde ¿en dónde estaba Marcos? ¿qué le había ocurrido? ¿qué había sido de él?
¿se había ido? ¿había regresado? … muchas preguntas sin ninguna respuesta,
nadie sabía, empezaban a preocuparse al darse cuenta que todos compartían la
ignorancia. Juntos regresaron a la casa y no lo encontraron, buscaron en la
calle y el mismo resultado ¡Marcos había desaparecido!

– A lo mejor se lo llevaron los extraterrestres – sugirió Doña Pepa, la vieja
cascarrabias que se incomodo por el ruido producido por la búsqueda de Marcos –
¡Sáquense de aquí! – gritó con mucha furia blandiendo como diestra caballera una
escoba que haría trizas a quién osará acercarse a su terraza.

Así se pasaban los minutos, cuando ya cercana la hora de la desaparición y
frenética búsqueda, una patrulla del municipio estacionó en frente de la casa de
Marcos. Todos se acercaron para explicar el auxilio que requerían, en el
supuesto que alguien les hubiera ya llamado al no encontrar a Marcos.

Mayúscula fue la sorpresa cuando al abrirse la puerta trasera de la derecha,
Marcos hizo una aparición que algunos la percibieron providencial. Por segundos
no se percataron que nuestro amigo tenía una pierna vendada impecablemente con
una cinta blanca, manchada con algunas gotas de sangre.

– ¡Qué te ha sucedido, hijo? – exclamó preocupado al abuelo al notar un
rictus de dolor en Marcos cuando bajo del automóvil policíaco.

– ¡Todos te estábamos buscando! – sentenció Don Lucas.

Marcos intentó hablar para dar las explicaciones, pero el movimiento de los
labios le recordó el dolor que sentía en la pierna, así que en lugar de hablar,
musitó inaudible lo que pareció algunas maldiciones.

– Es necesario que el joven este calmado y en reposo, Señor. – Explicaba
entonces el patrullero al angustiado abuelo – Este jovencito tuvo la mala suerte
de caminar por el parque justo en el momento en que se perseguía un perro
grande, lanudo pero muy bravo que causaba terror entre niños y personas
congregadas en el mismo. Ya habíamos tardado como dos horas persiguiendo a la
fiera, que muy astuta nos evadió en todas las trampas que le tendíamos. Ya
desesperados estábamos, que iniciamos una corrediza contra el animal que al
vernos empezó a escapar de nosotros. En ese momento, nuestro amigo apareció
caminando despreocupadamente tomando su refresco, justo enfrente del animal. El
canino al ver que enfrente estaba un humano, se paró, nos vio y se tiro a la
pierna con toda la saña que ustedes no puedan imaginar. Mi pareja, alcanzó a
tomar una tabla de unos albañiles que están haciendo mejoras en el parque, y con
solo un golpe alcanzó la cabeza del animal para liberar la pierna. El objetivo
se logró, pero el perro… lamentablemente, murió…

No había terminado el policía, cuando Doña Pepa, aún con escoba en mano se
había acercado a escuchar el chisme, empezó a sollozar y gemir.

– ¡Mi Malaquias! … llegó a exclamar… ¡No es justo!

Mérida, México 10 de junio de 2005

 


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