El lamentable y condenable asesinato de Emma Gabriela Medina Canto viene a consternar a la sociedad yucateca por las empatías que se manifestaron en la lucha que mantuvo por la custodia de sus hijos. Sin embargo, el tema no solo fue familiar, sino que se trató al final de una confrontación de alto nivel por las implicaciones con el grupo de poder que gobernaba Tabasco y las prácticas de corrupción en esa entidad. Pero independiente del contexto, como otro hecho social que lastima a la sociedad, es también una oportunidad para reflexionar en un tema de importancia para todos.

La violencia es un fenómeno que se encuentra en tanto en la naturaleza como en la sociedad. Debemos ser conscientes que hay diversos actos naturales y humanos donde la violencia es un elemento característico. El animal debe matar para poder comer. Nosotros mismos destruimos y agredimos a la naturaleza para asentarse y matamos para igualmente obtener los recursos para alimentarnos y sobrevivir. Pero también es mucho más que evidente que esa violencia es justificable y que resulta responsablemente ejecutada cuando somos capaces de reponer recursos, evitar el mayor daño posible y se circunscribe en la satisfacción de una necesidad básica o primaria.

Lo que no debe justificarse es la violencia social en los diferentes ámbitos de la vida humana. No es defendible la agresión a la integridad física o emocional de una persona contra otra persona por algún interés mezquino y contrario a los valores universales del respeto, la dignidad, la paz y la armonía social. En la racionalidad de los hechos sociales los humanos debemos ser conscientes de lo que es malo para el otro y para la sociedad.

Por eso no podemos tolerar la privación de la vida a otro ser humano. En una sociedad civilizada se categoriza y sanciona el delito de homicidio como un atentado contra uno de los valores fundamentales y esenciales del humano como lo es la vida. Nadie tiene el derecho por sí mismo de segar la vida de otra persona. Por ello existen las instituciones y las leyes que persiguen el homicidio y muchas otras conductas que lastiman la integridad del individuo en un mejor grado.

Como sociedad estamos impulsado los mecanismos que nos permitan erradicar la violencia contra las mujeres y especialmente el feminicidio. En la evolución social es claro que la mujer ha corrido con una carga en contra de su dignidad y respeto a su integridad física y a la aportación que hacen en la construcción de la sociedad.

En consecuencia, se han creado organismos jurídicos y marcos legales que dan a las autoridades facultades y capacidades para garantizarle a la mujer mejores condiciones de defensa y atención a hechos violentos contra ellas. Sin embargo, no ha sido sencillo el recorrido y la consolidación de esos mecanismos.

En gran medida la responsabilidad para erradicar la violencia contra la mujer la tenemos todos quienes conformamos esta sociedad. Los estereotipos sociales menoscaban la integridad de la mujer. La publicidad la reduce a presentarla como objeto sexual, de deseo y placer. Hasta el deporte la usa como señuelo y atractivo visual por encima de los talentos y la inteligencia. Centrarse en esos aspectos es violentar la dignidad de la mujer.

De manera más concreta, por si no lo sabían, para que una persona denuncie violencia dentro de la familia debe ser el cónyuge afectado y víctima quien debe acusar. No puede ser otra persona. En la aplicación de la materia penal se dice que la violencia familiar es un delito de instancia de parte, donde solo la víctima tiene la facultad para acusar y hasta de perdonar.

Lo anterior constituye un reforzamiento de los actos violentos dejando en la responsabilidad de la mujer, en la mayoría de los casos, una efectiva acción contra las agresiones que se cometen en su contra. Si el sojuzgamiento llega a la enajenación emocional y mental, la mujer queda sobreexpuesta a la indefensión y a la violencia sistemática.

Es la triste realidad de la mujer y la responsabilidad que se le carga para frenar la violencia contra ella. Por más esfuerzos que hagamos como sociedad para la concientización de los efectos la violencia sigue presente.

Cambiemos entonces el paradigma. Modifiquemos la ley para que el caso de violencia familiar sea de oficio, no por querella o instancia de parte. De ese modo podrán las instituciones ser más efectivas en la sanción, tomando la sociedad la responsabilidad de castigar a los agresores ya sea con la privación de su libertad o mandándolos a cursos o capacitación para ser mejores personas.

Dejemos de ser espectadores de violencia… asumamos el compromiso de acción real en su erradicación.

Las mujeres, como los hombres, tenemos el derecho a vivir en sana convivencia, en armonía y en paz.


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