¡El 2 de octubre no se olvida! – Es la consigna que año con año se deja
escuchar en estos días en las múltiples manifestaciones conmemorativas.
En ellas participan muchos jóvenes llevados por el romanticismo de la
lucha contra un sistema, propio de los años de rebeldía psicológica que
les caracteriza a los adolescentes, que incluso, algunos aprovechan
para justificar desmanes que atentan contra la paz y armonía social.
¿Sabrán muchos de ellos lo que realmente festejan? ¿Son, o somos,
conscientes de lo que significó realmente el movimiento estudiantil del
68 para la evolución democrática del país?
México estaría en los primeros lugares del mundo con la organización de
las Olimpíadas que se inaugurarían en ese mismo año. Imposible ante los
ojos del mundo entero que el país estuviera sumergido en disturbios,
que aún con la declaración de una tregua por parte de los estudiantes,
el gobierno de Díaz Ordaz no deseaba ninguna sorpresa que no pudiera
controlar.
Hoy hay muchas reflexiones sobre el incidente. Hoy se va conociendo más
de lo que sucedió con la revisión histórica y la mayor libertad para
pensar y hablar que vamos experimentando. Sin embargo la revisión no es
por las vías oficiales donde se presume que aún no se han desempolvado
toda la información en documentos relacionados con los sucesos trágicos
de octubre. La reconstrucción la estamos haciendo a partir de los
testimonios que ya se dejan escuchar. Fragmentos con el estamos
intentando reconstruir un rompecabezas que por a subjetividad de los
interlocutores, ante la carencia de elementos objetivos, hay muchos
huecos. Especialmente la muerte del presidente Díaz Ordaz, el que así
mismo se declaró responsable histórico, social y político de los hechos
del 2 de octubre, abren un espacio que difícilmente lograremos llenar a
cabalidad para entender las acciones concretas de esa tarde.
Pero independientemente del número de muertos que pudo haber en un
juego cruzado, no se podrá negar que un evento de tal naturaleza tuvo
consecuencias muy directas en la conciencia del mexicano. Por un lado
el estado de shock provocado fue suficiente para cumplir con el deseo
del sistema de controlar los disturbios días antes del inicio de las
olimpiadas de México.
Estudiantes que solo querían mejorar la sociedad fueron reprimidos de
manera brutal. Encerrados en la oscura cárcel de Lecumberri por varios
años. Tratados como simples criminales solo por querer alzar la voz a
favor de una mejor democracia. Hablar de libertad y justicia fue
equivalente a ser un ladrón de pacotilla.
Por ello, muchos de ellos, lo que no fueron apresados, viendo que el
camino por la institucionalidad no era el adecuado para hacer valer las
demandas nacidas por el cansancio de la ciudadanía ante un sistema
político sordo, muchos de los líderes optaron por la lucha armada, la
revolución violenta, que provoca la etapa de la guerra sucia de los 70
con los movimientos insurgentes de Lucio Cabañas u otros que hasta
ahora alimentan una lucha romántica a favor de la democracia del país.
Pero también hay quienes, aún siendo los testigos de la represión, no
les importó ser parte del mismo sistema que los reprimió con violencia.
Ahí está la histórica foto que se publica en un diario español del
entonces estudiante Ernesto Zedillo Ponce de León que se convertiría
mucho tiempo después en Presidente de México. Valdría la pena hacer una
encuesta de cuántos hoy funcionarios de gobierno y autoridades de
elección popular formaron parte del movimiento estudiantil del 68.
Seguramente nos daríamos cuenta que hoy, quienes son parte del sistema
político ahora, en el antes fueron reprimidos por el mismo.
¿Han ayudado, estos ex integrantes del movimiento estudiantil, a
cambiar la represión a la crítica, a consolidar la libertad para
evaluar las estructuras de gobierno, a escuchar la voz de los
ciudadanos que demanda un mayor compromiso ético, con valores y sin
corrupción en la conducción y decisión en los actos de gobierno?
Hay avances. Sería muy tonto no reconocer éstos. Pero aún no podemos
afirmar que hay una sociedad que viva más plena las libertades para
plantear las soluciones y propuestas para mejorar la sociedad. Que si
bien hay instancias que nos ayudan, también muchas de éstas están tan
bien diseñadas que se convierten en controladoras y legitimadoras de
las acciones hegemónicas de un sistema político que no desea cambiar;
simplemente porque así conviene a los intereses del mismo.
Pero aún con todo lo anterior, se mantiene la firme esperanza de la
sociedad de condenar los hechos contra los estudiantes del 2 de octubre
de 1968. Lo que nos demuestra que México ya no fue igual, sin duda, por
la osadía de los estudiantes de retar a un sistema, que aun con la
represión continúa viva en la conciencia del mexicano.


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