Empezaré este artículo con un cuento. Es la historia de un hombre, que el
camino de su trabajo a su casa, de pronto, una voz le dice: “Ve esas piedras que
están a tu lado, recoge algunas, cuando llegues a tu casa, te sentirás contento
y triste al mismo tiempo”. El hombre sin entender recogió lo que pensó que
podría cargar cómodamente hasta su destino. Cuando llegó a su casa y abrió el
morral donde había depositado la piedras, con asombro se dio cuenta que éstas se
habían convertido en puras piedras preciosas. En ese momento entendió las
palabras finales de la voz. Sin duda estaba feliz por la nueva fortuna que tenía
entre manos, pero triste, por no haber recogido más.

Esta simple historia fue escrita por un tal William Cunnighan, a la cual,
puso de nombre “La Parábola de la Educación”. ¡Qué tan cierta es la moraleja que
esta parábola nos enseña! Sin duda alguna, quienes hemos ya sido partícipes de
un proceso formal educativo sabemos de las profundas satisfacciones que nos da
el triunfo, pero también, de los sentimientos encontrados por no aprovechar al
máximo las oportunidades.

Desde hace un mes, la dinámica familiar de las vacaciones llegó a su fin,
sobretodo cuando en ellas existen miembros pequeños o no que tienen que volver a
las actividades escolares. En los primeros días de clase existe mucho
entusiasmo, alegría y motivación. Lamentablemente, en muchas situaciones sin
llegar a una generalidad, las cosas cambian en la medida que avanzan los días,
cuando los retos se van haciendo difíciles, los obstáculos se presentan y el
pesimismo nos conduce a la desesperación.

Pero la familia debe ser el espacio donde se confronten esos restos, juntos
aún con las deficiencias de conocimiento o habilidades, los miembros deberán
encontrar las estrategias que lleven a una conclusión victoriosa de este y
posteriores cursos educativos.

Se cuenta con el apoyo de los maestros. Aquellos que por vocación han elegido
continuar apoyando la tarea formativa de la familia. Bien se dice que la escuela
constituye el segundo hogar, y por lo tanto, no sustituye lo que en casa se
enseña, se forma, se fortalece y se condiciona. La familia nunca debe perder la
responsabilidad de la tarea formativa, mucho más, cuando se habla de valores y
actitudes.

Lamentablemente hoy en día se desea que la esuela asuma esa responsabilidad.
Pero cuando vemos que las decisiones contravienen a los intereses de la familia,
entonces si, levantamos la voz para erigirnos en la conciencia para dictar lo
que pensamos debe ser lo correcto.

Tenemos el caso reciente de la polémica con respecto a los programas y libros
de texto en materia sexual en primer año de secundaria.

Que quede claro el siguiente punto: rechazo la propuesta actual de los libros
de texto por contener información, definitiva y categóricamente, inadecuadas al
desarrollo psicosocial de los adolescentes.

Pero ante todos los problemas relacionados con el desarrollo sexual que los
adolescentes, inclusive antes de serlo, por la estimulación erótica de los
medios accesibles a ellos, ya no podemos dejar pasar por alto esta problemática.
Se debería de enfrentar en la responsabilidad que tenemos como familia de educar
a los hijos para hacerlos fuertes en una personalidad integral, donde no se
excluye el tema de la sexualidad.

Es cierto que a muchos padres no les enseñaron a afrontar esta realidad. En
los tiempos antiguos no se discutían estos temas como ahora esta época lo exige.
No es necesario ser un profesional o experto en el tema. El amor y el respeto
entre los padres constituyen un ejemplo vívido y fortificante, además de
aleccionador y saludable.

Estoy totalmente de acuerdo que la familia debería tener la capacidad para
elegir lo que los hijos estudian en los planes formales de la escuela, pero
siempre y cuando, los padres asuman que es tarea esencial de la familia la
formación del niño, y que la escuela, es y será la que ayude a consolidar lo que
el niño o niña ha aprendido en casa.

Revista Ser familia. Año 1. No. 7. Octubre 2006

 


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