¡Qué sería del amor sin deseo? … absolutamente nada. Estaría vacio sin que
motive el encuentro, la caricia o el beso. Es navegar sin remos que den fuerza,
dirección y sentido. El deseo se convierte en un ingrediente del amor, en la
búsqueda de una hacia el otro, el entregarse al placer nacido del deseo mismo.

Pero tampoco debemos anteponer el deseo como el valor supremo. Es
significativo … ¡Si! … pero siempre debe acompañarse del sentimiento y
cariño, ambos pilares del respeto, necesarios en una relación.

El deseo debe ser mutuo, compartido, que se viva plenamente.

Aquel que invoca incomodos, somete o busca la dominación… pierde todo
valor.

El deseo es un acto espontáneo, nacido de la libertad de los seres que lo
viven y experimentan.

Entonces, se eleva de lo sensitivo concreto a un plano espiritual,
edificantes y fortalecedor del individuo y de la relación. La entrega en el
deseo es y será, de esta manera, una expresión y manifestación del amor

 


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