El 2000 fue un año de esperanza por el cambio y la transformación
que se esperaba. En el fondo se hizo creer que la democratización de
las instituciones había llegado. Pero todo quedo solo en el discurso
hueco y sin las acciones congruentes. No hubo reformas estructurales,
cuyos trabajos quedaron como juntas para tomar café, sin soluciones
reales que dieran un cambio a la operación del gobierno. Quienes
tomaron el poder aprovecharon los defectos que ellos, por muchos años,
criticaron.

Hoy el país se hunde en una depresión no económica sino emocional.
El ciudadanos está secuestrado por la corrupción impera en estructuras
de gobierno donde se distorsiona los valores del buen gobierno, y al
mismo tiempo, en medio de una lucha que hoy el Ejecutivo emprendió
contra la delincuencia organizada, inocentes sufriendo del peligro de
los secuestros y acechamiento de la muerte.

El Estado ha perdido su capacidad coactiva, la fuerza para exigir el
cumplimiento de la ley. En la percepción ciudadana no hay confianza en
las autoridades, en la administración pública, en la procuración de
justicia. Triste realidad reconocida por el Tribunal Agrario hay en el
campo mexicano que ha encontrado mejor refugio en el narcotráfico, que
suple las funciones del Estado en el otorgamiento de créditos y
seguridad, aunque el precio y las consecuencias finales sean demasiadas
altas.

Estado fallido es el concepto que algunos emplean para dar a
entender la caída de la capacidad del Estado para atender eficaz y
eficientemente las demandas del ciudadano en estricto respeto al marco
jurídico que sustenta su existencia.

¿Estamos ante un Estado fallido? De ser así, trae como consecuencia
también reconocer que el PAN como gobierno ha fallado. Que no tuvo la
capacidad de control de los procesos jurídicos, sociales y económicos.

Si en los 90’s, tal y como lo percibía Oppenhaimer, México se
encontraba en la frontera del caos, ante el escenario de desorden ¿en
dónde nos encontramos? Esa sería una buena pregunta no solo para el
análisis, sino para la toma de decisiones donde los ciudadanos debemos
tomar una actitud más activa, más propositiva, hacer valor lo que
pensamos e imponer soluciones al gobierno. Esta es la esencia de la
democracia, de la participación ciudadana responsable.

 


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