En otros tiempos, la Iglesia Católica había calificado a quienes de
forma pública habían ventilado el asunto como enemigos de la misma, es
decir, como agentes encargados de romper con la veracidad y la verdad
que pregona. Hoy en México se pronuncia la Arquidiócesis acongojada por
estos hechos. Sin embargo no es ajeno que en otros momentos no tan
lejanos hay quienes acusan, con conocimiento y causa, que la tibieza en
contra de denunciados abusadores y sacerdotes pederastas los ha
caracterizado.

Soy católico. Estoy convencido que la religión va mucho más allá de
la experiencia humana, que al final resulta imperfecta por la misma
naturaleza del hombre que aspira a lograr el bien supremo y celestial.
Por ello el camino no resulta fácil. Se cometen errores. Errores que no
ha podido la Iglesia ser inmune a ellos, con efectos que la han dañado
en su credibilidad y pureza. Errores que hoy la cuestionan en su valor
moral como rectora del bien y de la verdad.

El caso más cercano a nuestra experiencia mexicana se relaciona con
los Legionarios de Cristo y su fundador el Padre Maciel, quien se le ha
conocido no solo hijos, sino también, en recientes revelaciones abusó de
ellos. Las organizaciones religiosas vinculadas con el poder económico
siempre han despertado la sospecha de los detractores. Los legionarios
de Cristo no han escapado de esa crítica mordaz, que se ve
potencializada por las acusaciones contra el fundador. Si se parte del
principio del carisma, es decir, de la Gracia y Don de Dios otorgado al
fundador de una congregación que es heredado a la obra creada, el
reconocimiento del Vaticano de que efectivamente fue culpable es
colgarles una mancha que sin duda afecta la mística que rodea a los
Legionarios de Cristo.

Para ellos es una dura prueba que deben superar, al igual como toda
la Iglesia entera, que debe ser más abierta a la denuncia y la crítica,
dura en elcastigo y compasiva con las víctimas. Ya no es posible que se
continúe con el silencio, la demasiada prudencia, la suavidad en la
condena.

 


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