Hoy en día no queda claro que debemos entender por “sana
distancia”. En tiempos de la presidencia de Vicente Fox, el primer
presidente de oposición panista, éste se dio cuenta que era importante
la incondicionalidad de su partido para la presión política que le
permitiera gobernar. Así fuimos testigo del arribo de Manuel Espino como
presidente del Comité Directivo Estatal: amigo político e incondicional
de Fox.
Sin embargo, a aquella directiva se les salió de control Felipe
Calderón, que anunció su candidatura sin contar con el beneplácito del
presidente que prefería como sucesor a Santiago Creel Miranda. Una vez
lograda la candidatura y la posterior victoria, es de todos conocidos
que Calderón, ahora como presidente, maniobró para sacar de la cúpula
panistas a Espino, y al final en los últimos tiempos, imponer a un
incondicional en la figura de César Nava.
El día de ayer, en los festejos de 71 años del panismo, el presidente
panista Felipe Calderón hablo ante el Consejo Político Nacional. Como
“primer panista nacional”, denominación por ser hoy el presidente,
Calderón exhortó a su partido hacia el trabajo para continuar en el
ejercicio del poder. Lo que sin duda viene a calentar los ánimos
sucesorios, sobretodo, cuando ya hay personalidades definidas a sí
mismas, como también, de otros que son conscientes de las preferencias
electorales a su favor, por lo que se convierten en posibles
protagonistas de la contienda federal 2012.
¿Es correcto que exista esta relación entre el presidente y su partido?
En un sentido es válido, considero, que la relación debe existir, ya que
el sistema político mexicano ha encontrado en estas organizaciones
políticas una fuerza supuestamente democrática para la lucha política.
¿Qué presidente o gobernador  no le gustaría tener un Congreso de la
Unión más apegado a su ideología política? En un México que se
caracteriza por la falta de acuerdos que surgen de la negociación
política, la circunstancia de mayoría en el poder legislativo otorga
evidentes ventajas para salir avente en las propuestas de ley.
Sin embargo, no es posible aceptar del todo la subordinación total hacia
una imagen o proyecto político personal de un régimen de gobierno. Es
inadmisible y falto al espíritu democrático pretender imponer verdades
absolutas; calificando al mismo tiempo, de aquellas divergentes dentro
del seno del partido como traidoras. Y es sobre este último punto donde
aún el PAN no ha sabido encontrar un punto de equilibrio entre lo que es
una necesidad y la congruencia de lo que siempre criticó, en otras
palabras, contar el presidente con su partido como aliado político, sin
que al final, la subordinación de éstos con la figura del poder sea más
determinante.

 


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