Uno de los supuestos más importantes de la democracia no sólo como un sistema de gobierno, sino un sistema de vida, es considerar que todos tiene la misma oportunidad para hacer valer sus derechos y obligaciones. Dentro de ese esquema los valores de la justicia, la equidad y la igualdad cobran una relevancia, ya que si bien se acepta que hay básicamente dos divisiones en la organización política: los gobernantes y los gobernados, ambos al final son iguales en tanto son individuos que conforman el grupo social aunque en el función tengan un rol diferente.
El modelo contractualista ha establecido, desde los tiempos de Juan Jacobo Rousseau, que la organización de la sociedad se basa en un contrato social donde el gobernado, que es quién posee la autoridad soberana, cede parte de ésta al gobernante con la finalidad de darle viabilidad a la vida social, política y económica. En los términos de ese pacto o convención se espera que el gobernante actúe con la prudencia, la sabiduría e inteligencia para satisfacer con sus acciones las necesidades básicas de los gobernados, sin caer en abusos.
En la práctica vemos que dicho modelo parece obsoleto. Que una de las realidades es que la clase gobernante, o por lo menos, el que tiene autoridad, no escatima esfuerzos para someter al pueblo a la satisfacción de los intereses propios y no el bien colectivo. No importa pasar por encima de la ley, de las normas éticas o morales, mucho menos las que marcan una sana convivencia social.
Pero el problema se agrava cuando el pueblo se convierte en un agente pasivo. Sin reclamar, sin hacer valer sus derechos, para evitarse “más problemas”, aún a sabiendas de la incorrección que hay en el actuar del gobernante o autoridad, acepta que la sumisión y que sean maniatados a los intereses ajenos al bien colectivo.
Vivimos ahora un tiempo contradictorio. La realidad que antes he expuesto se contradice con toda la apertura de los canales de comunicación. Se decía que antes el aislamiento constituía un gran obstáculo para que la consolidación de los grupos. “Divide y vencerás” era el lema más propio de los grupos de poder que veían en esa fragmentación la oportunidad de consolidar una estructura de poder. De ahí que los medios de comunicación sean controlados, que sea poca o nula la educación, que los eventos masivos sean supervisados.
Hoy estamos en el mundo de la interconexión global. Lo que nos permite rápidamente conectarnos con quienes comparten nuestros intereses y consolidar grupos de apoyo en causas comunes. La facilidad de conocer nos permite explorar nuevos territorios de ideas, confrontar las propias, expandir la mentalidad y la apertura intelectual.
Sin embargo no hay cambios en cuanto a desechar el abuso de autoridad. Continua la población permitiendo que las autoridades hagan lo que quieren, que impongan criterios subjetivos y personales que no corresponden con los intereses colectivos y públicos.
¿Hasta cuando vamos a seguir soportando las vejaciones de las autoridades?
Es claro que el ciudadano tiene que empoderarse de las redes, de los medios, de los recursos que están en la ley. Tenemos que ser conscientes que la base de la sociedad no es la autoridad, que al final debe estar al servicio de las necesidades colectivas.
Hemos avanzado en los procesos electorales. Nos hemos dado cuenta de que un resultado electoral está en las manos de los ciudadanos, por más tranzas o burlas que quieran hacer para sostener una victoria irreal a la voluntad soberana del pueblo.
Pero falta que ya durante el tiempo de gobierno quien imponga las condiciones de la acción de la autoridad sean los ciudadanos. Los que realmente conocemos muy bien nuestras necesidades colectivas.
Reconozco que es temerario el título de esta colaboración, pero representa el punto central de lo que miles piensan, y peor, sienten impotencia al darse cuenta que no pueden hacer nada contra una acto arbitrario de la autoridad. Por ello, es importante que así como el doctor requiere hacer un diagnóstico para detectar la falla y así encontrar la cura, seamos conscientes que el principal error que se comete cuando una autoridad abusa de su poder es precisamente por que el ciudadano así lo permite.
AL CALCE. Dios me ha permitido vivir 40 años. Durante el transcurso de ese tiempo he podido constatar el evolución social de México, los problemas a los cuales nos hemos enfrentado como sociedad. Es cierto que hay muchas deficiencias en diferentes aspectos de la vida del mexicano. En los últimos 10 años decidí participar activamente en la generación de ideas, y como una parte importante de ese proceso es la oportunidad de colaborar con La Revista Peninsular, por lo que agradezco la confianza del Director Lic. Rodrigo Menéndez. Una experiencia de vida que me ha llevado a profundas reflexiones de lo que debemos hacer. Aunque desconozco si todo lo manifestado ha tenido un impacto real en la conciencia de los lectores, de lo que si estoy seguro, es que espero vivir otros 40 años y ser testigo de que la lucha por un México mejor es una realidad.
Espero que esta publicación sea de tu interés. Me gustaría seguir en contacto contigo. Por lo cual te dejo mis principales redes para dialogar y comentar los temas de interés para la sociedad y nosotros.