JUAN-PABLO-11-YUCATAN-02-620x270Hace 20 años Yucatán no vivió una jornada cotidiana. Al igual como miles de yucatecos nos aprestabamos a estar en las calles vestidos con las camisas amarillas de “Custodios del Papa” esperando la visita de Juan Pablo II.

En la puerta del hotel Holiday Inn la gente se aglutinaba emocionada por saber que su Santidad, el Papa Peregrino, había hecho una gran distinción al elegir a Yucatán la única entidad federativa para visitar en una jornada especial con respecto a un encuentro con etnias de América Latina. Un encuentro que por razones logísticas se había demorado desde el año anterior en la celebración del V centenario del Descubrimiento de América.

Desde una televisión portatil nos dimos cuenta esa mañana que el Papa Juan Pablo II había llegado, que se encontraba en tierra yucateca. El júbilo en las calles era desbordante. Inmediatamente tomó un helicóptero que lo llevo hasta Izamal.

Casi al mediodía los helicopteros surcaron el aire por Paseo de Montejo. ¡Era el Papa que llegaba de Izamal rumbo al Salvador Alvarado! Los gritos de quienes estabamos cerca de Paseo Montejo no se hicieron esperar. Se sabía que ya pronto era el momento de verlo pasar. Fue la primera vez que tuve la oportunidad de verlo: en su paso del Salvador Alvarado por el Paseo de Montejo hacia Palacio de Gobierno para el encuentro oficial. Era la primera vez que el Papa era recibido como Jefe de Estado al restablecerse las relaciones diplomáticas entre el gobierno mexicano y la Santa Sede.

Así sucedió. Fue el paso de un hombre que había conmovido al mundo. Un líder espiritual que seducía en su discurso. Que amable movía la mano para saludar a todos los ahí presentes, con una amplía sonrisa, bendiciendo por momentos a quienes no nos importaba soportar el calor de un sol veraniego.

Después del primer paso, me regreso a mi punto en la valla. Esperamos que nuevamente pase Juan Pablo II cuando se quitara del Palacio de Gobierno hacia el seminario para los alimentos y descansar un momento previo a la celebración litúrgica. Y volvió a pasar, con la misma alegría y júbilo.

Prestos nos apuramos a tomar los camiones que nos llevarían al lugar del encuentro litúrgico. Como anécdota personal tengo la percepción que tomé uno de los últimos camiones que salieron rumbo hacia el lugar. No había otra manera de acercarse al lugar y tengo muy presente el temor que sentí de no llegar a la misma.

No recuerdo hasta nos dejó e camión que tomé. Lo que no se olvida es la gran caminata que tuvimos que hacer para llegar hasta el lugar donde se celebraría la misa. El camino pedregoso fue largo y muy encharcado por la lluvia que había caído esa tarde. Pero en verdad no importaba, se sabía que el momento era histórico, único e irrepetible para toda la comunidad religiosa de Yucatán.

Cuando logré llegar ya no pude alcanzar el lugar donde los “custodios papales” nos había señalado estar. Era un mar de gente, de todo el país, de otras partes del mundo. Todos unidos por la presencia de un hombre y de una fe.

No volvió a llover. Hasta los dioses mayas nos permitieron disfrutar del momento. Todo en paz y con mucho orden. Nunca en Yucatán se había dado una concentración de gente.

La misa terminó. Pero el entusiasmo de saber que por lo menos por una una noche el Papa Juan Pablo II aún con el cansancio nos hizo levantarnos temprano al día siguiente para despedirlo por las calles de la Ciudad. Fue la última vez que lo vi pasar, parado yo frente a la Clínica de Mérida en la avenida Itzaes. En esta ocasión el paso fue rápido, tal vez para hacernos la conciencia de que todo había sido así, que el viaje llegaba a su fin y el irremediable encuentro resultaba efímero pero suficiente para no olvidar la jornada.

Hace 20 años un Papa, hoy un hombre que está en camino a la Santidad, recorrió nuestras calles, saludó a la gente, bendijo al pueblo, conoció nuestro Palacio de Gobierno, oró en nuestra Catedral, probó nuestra comida, vio la oscuridad de la noche del mayab.

Eso fue hace 20 años, pero la emoción de recordarlo parece que el tiempo no ha pasado.


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