¿Debe ser la búsqueda de la felicidad de la población una política de Estado?

Es muy claro en la historia de la filosofía y de la ética la genuina preocupación por encontrar respuestas a las existencia humana, el motivo y las metas de la vida. En coincidencia los teóricos han determinado que es la felicidad una de las metas más fundamentales y trascendentes para el ser humano.

La palabra felicidad proviene del latín felicitas, a su vez de felix, “fértil”, “fecundo. La felicidad es un estado emocional que se produce en la persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada. Tal estado propicia paz interior, un enfoque del medio positivo, al mismo tiempo que estimula a conquistar nuevas metas. De forma más concreta, se define como una condición interna de satisfacción y alegría que ayuda a muchas personas.

De forma tradicional, en la filosofía griega existieron escuelas que se encaminaron a entender lo que es la felicidad y su efecto en la vida humana. De tal manera surgió el epicureísmo que entiende la felicidad como autosuficiencia en el placer moderado. En contraposición los estoicos que pensaron que la felicidad como fortaleza en la aceptación de una existencia determinada. Más recientemente en la escuela racionalista de Leibniz se defendió que la felicidad es la adecuación de la voluntad humana a la realidad. O de forma más utilitaria con John Stuart Mill se redefine la felicidad como la satisfacción de los placeres superiores.

Lo que si es cierto y palpable desde nuestra experiencia concreta de vida, que cada quien tiene auténticos motivos para ser feliz o no serlo dependiendo de las situaciones específicas. La felicidad es un bien muy subjetivo, ya que cada uno tiene la percepción de lo que significa ser feliz. Hay quienes prefieren la calma y el relajamiento, mientras otros buscan la posesión de bienes materiales, otros más la encuentran en la compañía, en la paz interior, en la Iglesia o contacto con la deidad superior. Aunque también hay quienes sienten que la felicidad se les escapa de su vida, que no la pueden poseer ni alcanzar.

¿Cómo ser feliz cuando no hay dinero, ni recursos, las preocupaciones nos imponen un ritmo de vida diferente, estresante y agobiante que resulta realmente difícil alcanzar un estado de felicidad deseable u óptimo?

En estos tiempos de gran euforia por la cercanía de un fin de año y la oportunidad de compartir con los demás la dicha y la alegría, igualmente es un tiempo donde aumenta y potencializa la infelicidad hasta los casos extremos de atentar contra la vida de uno mismo.

Inicie con esta reflexión con una pregunta, si el Estado debe procurar como política de Estado el logro o consolidación de la felicidad. Tenemos el caso de Venezuela que instrumentó en meses pasados una Secretaría o Ministerio de la Felicidad. Lo que provocó un sin fin de burlas y descalificativos internacionales.

Sin embargo, desde 1972 (citado por Animal Político), el rey del pequeño país asiático de Bután, Jigme Singye Wangchuck, inventó el concepto de la Felicidad Nacional Bruta, con el que intentaba basar sus políticas económicas en los valores espirituales del budismo. Y sustituyó el índice del Producto Interno Bruto (PIB). Con la ayuda de académicos canadienses, Bután diseñó cuatro pilares para garantizar la felicidad de sus habitantes: promocionar el desarrollo sostenible, preservar los valores culturales, conservar la naturaleza y establecer un buen gobierno.

Una de las demandas más sencillas de la población es que los gobiernos sean eficaces, entendiéndose como el garante de los bienes que la sociedad necesita para su desarrollo como es el empleo, los servicios sociales de salud, asistencia social, educación, servicios públicos. Tal vez si se logrará esas meta el nivel de felicidad aumente.

Si bien parece ridículo exigir a un gobierno mayor felicidad, es claro que si debemos ser exigir que se cumplan los compromisos, se logre con las políticas públicas una mayor seguridad y plena satisfacción de las necesidades sociales.

En este tiempo propició para la reflexión quise tocar un tema muy humano, necesario y trascedental. Con ello desearles a todos ustedes la mejor de las nochebuenas y una esplendorosa navidad. El deseo de que independientemente de las situaciones personales se tenga la capacidad de encontrar genuinos motivos para ser felices.

Por la felicidad… ¡FELIZ NAVIDAD!


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