El título se percibe largo… consciente de que rompe con las reglas convencionales de titulación en artículos de opinión que afirman que un título debe ser conciso, breve y preciso, no pude encontrar otro mejor para proyectar una duda que a diario observo en la realidad, y que lamentablemente las decisiones tomadas en el camino nos abren un panorama pesimista de que realmente estemos formando jóvenes con compromiso, calidad de vida, competentes y habilidosos en los retos globales, sociales y profesionales que se nos exige cada día.
Estamos en plena implementación de la Reforma Educativa donde el leimotiv es la CALIDAD EDUCATIVA. Una de las penosas realidades del sistema social mexicano es el fracaso de la educación en función de los estándares internacionales, globales y competitivos. Se entiende que el esfuerzo se centre en el abatimiento de los rezagos en educación que impiden un mejor desarrollo y superación económica, mucho más, con las presiones tecnológicas y manejo de información de las cuales no podemos ser ajenos.
Como bien se dice en los anuncios publicitarios, el punto de la reflexión no es qué país le vamos a dejar a nuestros hijos, sino qué hijos le vamos a dejar a nuestro país. Es cierto. La educación en sus dos facetas contradictorias, por un lado conservadora de las tradiciones, pero al mismo tiempo, modernizadora en la interacción social, es el camino por el cual los individuos desarrollan las facultades, competencias y habilidades para continuar con la marcha social.
Sin embargo, hay motivos para poner en duda lo que realmente se está haciendo hoy en día que logre, en un futuro mediato, conseguir llegar a esos estadios de desarrollo ideales o esperados. El sistema no ha podido evolucionar de un modelo cuantitativo hacia uno cualitativo. El indicador numérico sigue siendo la esencia de la decisión, sin importar o no que se represente una auténtica cualidad o calidad de las cosas.
En el bachillerato oficial de la SEP Estatal, desde hace 3 años, se planteo la necesidad de cambiar el currículo hacia un modelo cualitativo, se que dice llamar socioformativo. En el sistema de evaluación se da prioridad a solo cinco calificaciones: preformal, receptivo, resolutivo, autónomo y estratégico. Niveles de competencia en cuanto a la capacidad que tiene el alumno de afrontar un reto y darle la respuesta correspondiente.
Sin embargo, de nada sirve intentar calificar bajo esos rubros cualitativos por medio de rúbricas, listas de cotejo u otros medios de evaluación cualitativos validados cuando al final el resultado que importa es el numero, en la escala de 0 a 100 donde el 60 define la cualidad de aprobado o no del curso.
Inicialmente los dos primeros niveles se consideraban reprobatorios – preformal y receptivo –, ahora las reglas cambian en este año y sólo el primero es reprobatorio. Un alumno ubicado en receptivo es como si tuviera 60, por lo cual termina aprobando el curso.
¿Cuál ha sido la finalidad de tal decisión?
El gobierno federal he establecido una política educativa para mejorar la cobertura de la educación a nivel de bachillerato. Entre los datos crudos se dice que solo tres estudiantes que ingresan al sistema educativo nacional terminan la preparatoria. Se impone nuevamente el número y la urgencia de mejorar la estadística. Para mejorar la deserción y asegurarse una mayor eficiencia terminal hay que crear las condiciones para que los alumnos pasen, sin mayores problemas, sus estudios de bachillerato. Una situación similar en educación básica – primaria y secundaria – donde no importa que el alumno no sepa o no demuestre capacidad, lo importante es que “pase”, que “salga”, que no se “quede”.
¿No estamos entonces privilegiando más el número que la calidad?
¿Qué es lo que debe dar mayor proyección de éxito al sistema educativo nacional? ¿Qué podamos decir que nuestros jóvenes terminan – como sea – sus estudios? ¿O qué éstos demuestran que son jóvenes productivos, comprometidos, con conocimientos, habilidades y actitudes que los hacen hombres y mujeres capaces de resolver problemas, de afrontar retos con entereza, eficacia y eficiencia?
El bachillerato era considerado tiempo atrás un grado académico, el primero en la carrera profesional, motivo de orgullo y superación personal, un estatus, un nivel de estudios y de formación. Con la obligatoriedad hoy se ha devaluado su cuantía profesional y social. Más cuando nos damos cuenta que el sistema crea condiciones para que todos lo pasen sin mayores complicaciones.
Soy maestro de bachillerato, llevo 20 años impartiendo diferentes asignaturas en la preparación para la vida universitaria. Si en algo he estado convencido es que la exigencia de superación debe ser la tónica para comprometer al joven a la superación personal. La sociedad no debe ser permisible ni flexible en la disciplina y formación de los jóvenes, que en día cercano será el motor de la vida social, política y económica del país.
Es importante tomar las mejores decisiones, no sólo para mejorar la cobertura o indicadores números que visten las acciones de gobierno. Es necesario darle un sentido más comprometido y de retos al joven para que salga adelante desarrollando mejores competencias, facultades y habilidades que apoyen el mejoramiento social.
El sistema educativo no los debe subestimar, tanto que no exija más que el conformismo y la desidia.
¿O qué? ¿No nos importa cómo queremos que sea nuestro país?
Es cuanto.
Espero que esta publicación sea de tu interés. Me gustaría seguir en contacto contigo. Por lo cual te dejo mis principales redes para dialogar y comentar los temas de interés para la sociedad y nosotros.