Una autoridad que gobierna una ciudad, si lo hace dentro de un sistema democrático, no puede quedarse callada ni y no interactuar con las diversas fuerzas políticas que intervienen en el propio sistema social. El demócrata es quien abre espacios de diálogo, que no se cierra sin razón, que sabe que puede argumentar y contraargumentar con quien sea, en donde sea y como sea. No se gobierna para un partido, se hace para una sociedad donde imperan diferentes maneras de pensar.

En el caso de un Ayuntamiento la situación cobra un matiz muy especial. Lamentablemente nos hemos creado el paradigma social de que hay un gobernante en la figura del presidente municipal. En la realidad jurídica constitucional tal suposición no tiene cabida. Se entiende que el gobierno de un ayuntamiento recae en un cabildo conformado e integrado por la representación de todas las fuerzas políticas que se sometieron al escrutinio público en una elección. La figura central del presidente municipal figura como un representante jurídico, el apoderado político del gobierno.

Por sí mismo un presidente municipal no tiene capacidad de decisión. Todo debe pasar por el Cabildo para su discusión y aprobación. De tal manera que se dice que es un organismo colegiado donde las fuerzas políticas deben ejercer un contrapeso a los designios o delirios de poder de quien tiene la encomienda de representar al ayuntamiento. En los otros niveles superiores del gobierno – hay otras instancias que comparten el poder con el ejecutivo al configurarse un poder judicial y legislativo estatal y federal correspondientemente. En el caso del ayuntamiento mal estaríamos si todo el poder de decisión, ejecución y evaluación recayera en una sola persona. Estaríamos en una simulación de gobierno despótico, contrario a principios democráticos donde todas las voces cuentan. Un contrasentido de la división de poderes que se propusiera como solución al poder total de que toda la decisión recayera en una sola persona.

En la realidad de los hechos los mexicanos no hemos sabido darle lugar correcto a lo que debe ser el gobierno municipal y su representación en el cabildo, su órgano de gobierno. Hemos privilegiado la figura de una persona al cargo de presidente municipal que en mayoriteo partidista resta importancia y trascendencia a la fuerza representativa de la oposición.

Con ello hemos creado gobiernos municipales cuando caen en manos antidemócratas, auténticos gatilleros de la democracia. Ofuscados en sí mismos, siendo poseedores de la verdad absoluta, sintiéndose los reyes de la corona. Es la antítesis de la democracia pura. Estos gobiernos no respetan el espíritu de la municipalidad por la cual luchó Venustiano Carranza en la Constitución de 1917.

¿Qué debemos hacer?

¿Será necesario replantear la ineficiencia representativa en los municipios donde las minorías no tienen mecanismos para hacer valer el poder de sus ideas?

¿Tenemos que acotar más el poder de los presidentes municipales para que se obligue a darle respuesta a todas las voces de la representación democrática?

Muchos gobiernos municipales caen en la caricatura de la democracia. Menosprecian el valor de la participación ciudadana. Se sienten impotentes como autoridad. A ellos no les importa traficar con los tocayos o grupo político las influencias y la corrupción. Se sienten impunes, protegidos por el fuero.

No debemos los ciudadanos seguir aguantando que continúen este sistema perpetuándose en el primer nivel de gobierno, tal y como resulta y es un gobierno municipal.

El verdadero demócrata en un gobierno municipal es quien abre las puertas de su oficina a todas las expresiones. Escucha a todos y ofrece las mismas oportunidades a los demás. Es transparente  y claro con la ciudadanía. No pasa por encima de su cabildo, por más mayoría que tenga de su propio partido. No termina solo echando la culpa de su incompetencia a su antecesor, ni aspira que sea su oportunidad “para treparse a la grande” como si la silla de gobierno sea un trampolín.

¿Conocen a presidentes que son la antítesis de la democracia? … al punto.

AL CALCE. Cada día hay pocos que cuestionan la supuesta parcialidad de mis escritos. Los que aún lo hacen esgrimen que todo periodista debe ser imparcial al comentar y expresar sus opiniones. Estoy plenamente consciente que en México han existido grandes periodistas que han sabido defender lo que piensan. Yo soy solo un humilde servidor que no me gusta callar lo que pienso y creo. Imposible que pueda yo despojarme de mis creencias, ideologías y posturas.

No ofrezco imparcialidad, pero si garantizó objetividad. No voy a cambiar en lo que creo, pienso y lucho desde el poder que me da tener acceso a un medio de comunicación que hace público mi pensamiento. La objetividad que ofrezco tiene que ver con el argumento. En esta columna, como en otros espacios, no se viene a especular, ni decir mentiras o jugar con la verdad. La objetividad es saber argumentar con premisas fundamentadas y motivadas en la interpretación de la realidad. A La Revista Peninsular y Punto Medio le agradezco ya casi 8 años de intenso trabajo y por la gran oportunidad de ser parte de sus páginas editoriales.

Muy posiblemente no sea un gran periodista, eso se lo dejo al tiempo y sus preferencias. Habrá a quien no le gusten mis ideas, así como también, hay quienes la aplauden. Ni para uno, ni para el otro, es el motivo de escribir, analizar y opinar. Lo que hago por mí mismo, porque creo que así soy y ejerzo de forma pacífica y respetuosa mi derecho constitucional de expresarme libremente.


Espero que esta publicación sea de tu interés. Me gustaría seguir en contacto contigo. Por lo cual te dejo mis principales redes para dialogar y comentar los temas de interés para la sociedad y nosotros.