No hay duda que ahora vivimos un mundo de tecnología basada en la construcción de las redes de comunicación cada vez más abiertas. Hoy cualquier ciudadano tiene acceso a un medio electrónico que le permite comunicarse con otros por medio de las redes sociales. Es la muestra de un ejercicio de libertad de expresión y de opinión que tendría que consolidar una democracia más activa, participativa y comprometida de los miembros de la sociedad.

Sin embargo, es muy fácil darnos cuenta que algo no parece funcionar adecuadamente. Existe en las mismas redes de información una vorágine de mensajes insultos, sin sentido, carentes de fundamentos y algunos con intención de alterar la paz y la armonía social.

Cuando tocó el tema de la reforma educativa no faltó quien afirmará que la privatización era un acto consumado de la misma. No se vaciló en publicar en las redes sociales, por ejemplo, un recibo de luz de una supuesta escuela en el estado de Sonora para evidenciar que la privatización iba en serio. Pero una simple consulta con el Google Street para ubicar la dirección de la escuela y recorrer sus calles fue más que suficiente para constatar que la escuela no existía y que, por lo tanto, el recibo era apócrifo.

Ahora con el caso del chinkunguya no ha faltado quien afirmará que tal enfermedad es parte de un programa de la misma Organización Mundial de la Salud (OMS) para infectar a la población, y posteriormente, vender la cura. Hay igualmente otra teoría de un supuesto creador del virus que sostiene que el origen de la enfermedad se dio en un laboratorio mexicano. Que el gobierno utilizó un avión para rociar en la zona de Chiapas, enfermar y probar la efectividad del virus.

Caso digno de mención los sitios que se están especializando en información falsa en un formato de parodia que mucha gente ha considerado como verdadera. Situación que ha caído en ocasiones en un exceso cuando otros medios tradicionales o alternativos han tomado como fuentes a estos sitios, validando y certificando una información falsa.

Se puede afirmar que hay una carencia en los receptores para valorar adecuadamente los mensajes que se emiten. Es lo que se llama carencia de lectura crítica. Una capacidad para analizar cualquier mensaje y determinar la veracidad del mismo.

Pero también que hay quienes han sabido de esta debilidad y la aprovechan para el beneficio de una agenda más política, perturbadora de la sociedad, con la firme intención de sembrar la incertidumbre e inestabilidad de las instituciones. Es un nuevo campo de batalla política y social. Ya no es ganarse las calles, sino emporarse en las redes sociales para imponer las medias verdades y medias mentiras. Una nueva forma de manipulación social.

¿Cabría lugar a la regulación de las redes para ponderar la calidad informativa de las mismas?

Una respuesta que nos lleva a otra polémica que enciende a las redes sociales por considerar que una regulación va en contrasentido de la libertad de expresión y de opinión. No obstante, que en la misma Constitución el ejercicio de esos derechos humanos exige respeto y la no alteración de la paz pública y armonía social.

Hoy las redes sociales es tierra de nadie. Un espacio en donde se ventilan los traumas sociales, políticos y económicos de las personas. No hay objetividad en los argumentos. No importa si es hombre o mujer. Hasta las féminas les han entrado a los reclamos insulsos, sin mayores recatos ni en la dignidad que se espera de una dama. Bueno… aunque algunos podrán decir que ahora si hay equidad de género; pero a veces, hay quienes verdaderamente se pasan.

En estos días se está discutiendo una ley para el ejercicio de la réplica. Un derecho que igualmente se encuentra en la Constitución, pero que ahora se hace necesaria su regulación jurídica para darle viabilidad y certidumbre en su ejercicio.

Algún día llegará el momento de entrarle al tema de regulación de las redes sociales. Un ejercicio de derecho no puede eximirse de cumplir con responsabilidades inherentes al primero.

El punto será quién le pondrá el cascabel a ese “gatito”.

 


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