Desde que se anunció que el nuevo Papa era un latino existió la esperanza de que pronta visita a nuestro país. México había vivido con Juan Pablo II, el Papa viajero, una relación muy estrecha que provocaron cinco visitas. Una de ellas exclusiva a nuestra tierra. Su sucesor Benedicto XVI no se caracterizó por una cercanía efusiva hacia los mexicanos, sin visitar la Ciudad de México y por ello la Basílica de Guadalupe, concedió a los católicos una visita que se limitó a estados de la provincia de México.

Con Francisco, el primer Papa latinoamericano y jesuita, se esperaba una mayor afinidad por los valores culturales compartidos y hermanados entre los países latinos. Por lo menos, en lo idiomático la comunicación sería más fluida. Además, es bien conocida su espontaneidad del Pontífice, lo que constituye un marco de referencia para momentos especiales.

No hay duda que bajo ese esquema y percepción la visita pastoral de Francisco, la primera a nuestro país, ha cumplido con creces. La comunidad católica mexicana cumplió en la organización y con mucha alegría y entusiasmo en cada momento. Únicamente en Morelia, en el encuentro con jóvenes en Morelia, Michoacán, se dio un incidente que mostró el lado humano del enojo y reclamo en una situación plenamente justificable. Lo importante que no se decayó el ánimo del Pontífice, y a pesar del hecho, no dejo de saludar a varias personas que se aglutinaban en torno de su persona para pedir el saludo o bendición.

¿Acaso será suficiente la visita apostólica suficiente para realmente transformar el país?

México como país está muy herida y doliente. La descomposición social ha alcanzado en algunos estados de la república niveles alarmantes que afectan la paz y a armonía. Entre la delincuencia organizada, la inseguridad creciente, la carencia general de valores positivos y respeto a los principios universales. Un mundo global que representa muchas paradojas en cuanto ideologías, tecnología y modernidad.

Un mundo que requiere de una voz autorizada que pueda ejercer un liderazgo en las deficiencias y problemas cotidianos que se nos presentan en la sociedad. Es la dirección del Pastor que conociendo el rebaño lo conduce, lo protege y guía. Es parte de la mística de una religión. Una mística que va más allá de cuestiones sociales, políticas y económicas. La religión, aunque es una cuestión humana, posee la trascendencia del ser, del mundo y hasta de la misma divinidad. En la integralidad del hombre es un elemento más que lo complementa, que le da mayor vitalidad a la experiencia vital humana.

Es por ello que a las luces de la conciencia religiosa se entiende la magnitud de la visita, los incidentes, el mensaje y el llamado del Sumo Pontífice tanto a los líderes religiosos como a la misma comunidad católica mexicana.

Si se pensaba que el Papa llegaría a incendiar México, se han equivocado. Justamente cuando la sede del Vaticano ha querido promover en este año la Misericordia de Dios, que no puede entenderse sin la reconciliación que conduce al perdón es lo que terminaría uniendo a los individuos. Es el sentido y bien supremo de la primicia religiosa. No era el sentido político que impulsaba este encuentro, aunque es lamentable que sean los políticos quienes se aprovechan de la nobleza y pretender usar a beneficio personal o partidista las palabras del Papa.

No significa que no se tenga conocimiento de la realidad. En los mensajes de Francisco se queda el sabor de quien sabe lo que dice, y más importante, por qué afirma cada una de las palabras. Palabras que emocionaron a muchos. Que llenaron la sed de almas al recibir el consuelo que protege, reconcilia y purifica el alma.

¿Qué nos quedará a los mexicanos=

En primera instancia el regocijo de refrendar la calidez de ser anfitriones del líder religioso más importante, de uno de los cultos más antiguos e influyentes en el concierto internacional de naciones. Del único que además de su supremacía religiosa es un jefe de estado que tiene voz en la Organización de las Naciones Unidas.

Muy posiblemente habrá situaciones que no cambiaran en nuestro país de forma evidente. Ojalá que si suceda en el ánimo del católico en la renovación y transformación eclesial a la cual nos está conduciendo el Papa Francisco.

Se dice que, para cambiar al mundo se empieza cambiando uno mismo. Esperamos que las palabras, ahora resguardadas en el registro mental y corazón de los miles de feligreses que se aglutinaron en esta visita el mensaje, llegue a una semilla que florezca con más esperanza, compromiso y responsabilidad para que los ciudadanos de este país asumamos la tarea de hacerlo crecer, con sabiduría y valores.


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