Como pocas veces un presidente en la historia moderna había sido tan criticado y vapuleado por la opinión pública como Enrique Pena Nieto. Ya ni Vicente Fox con sus ocurrencias y el famoso “lo que el presidente quiso decir…” tuvo tanta animadversión en la percepción ciudadana.

Aunque es claro que vivimos un mundo global donde se ha democratizado el ejercicio de la libertad ciudadana, la crítica contra el mandatario ya cae en un ánimo exacerbado y traspasando límites que van más allá de la persona por tratarse de una investidura que representa al Estado Mexicano.

La memetización se ha extendido para azuzar a la figura presidencial cuanto evento sea oportunidad para parodiar la figura del presidente y de cualquier miembro de su familia. Lo que en años se decía era el deporte preferido de los mexicanos, hoy se transforma para sobrepasar la lógica, el argumento y en análisis para que cualquier asunto, por más insignificante o nimiedad, sea la oportunidad para menoscabar y mofarse de Enrique Peña Nieto.

Parecería que hay un “trauma social” hacia Enrique Peña Nieto. Que además ha resultado contagioso inclusive para entusiastas promotores en los tiempos de elección, pero que hoy resultan ser los más acérrimos críticos y denostadores.

Vale la pena aclarar que no se trata de dejar de criticar y condenar una mala actuación cuando se ha dado. No hay ninguna duda que la “Casa Blanca” nunca debió de pasar. Que aún con la investigación y la observación que no existió una ilegalidad es difícil de desaterrar en la mente una vinculación de que a la autoridad se le restó capacidad moral. Lo mismo con el tema del supuesto plagio en la titulación del primer mandatario del país, que aun cuando no es motivo de elegibilidad el no estar titulado para ejercer el cargo de la titularidad del Poder Ejecutivo Federal, el tema tuvo un daño a la credibilidad de la persona que ostenta el cargo.

Lo que se debe tratar, más allá de la mordaz y cruenta crítica sistemática, es no olvidar que al final el gobierno de la nación se sustenta el pacto social que autoridades y ciudadanos realizamos. El punto debería ser, sin dejar de ser críticos y propositivos con lo que tenga que hacerse para mejorar el país, es unirnos todos para que el gobierno, de cualquier partido de origen que sea, funcione para el bien del país y de los mexicanos.

Pero la polarización política, aquella que se conduce a partir de considerar que si yo pierdo el ganador es mi enemigo, nos está impidiendo llegar a las coincidencias que encontradas en la diversidad de diagnóstico y propuesta social nos permitan a todos, la sociedad integral, avanzar en el mejoramiento de la infraestructura, marco jurídico e interacción social.

La crítica sistemática y contraria a cuanta cosa se decida y haga desde la esfera de acción y competencia del Ejecutivo Federal parece orientada a la apuesta del fracaso presidencial. La misma exigencia de renuncia que le pide a Enrique Peña sin tener una solo propuesta de que es lo que sigue, es la muestra de un entorno adverso y contrario al bien social.

La sensatez parece no tener lugar en este juego democrático que vivimos en México. Como decía Noberto Bobbio: el exceso de democracia tampoco es bueno para la sociedad.

El ejercicio de la libertad de expresión en torno la figura presidencial debería conducirse en la crítica responsable y ante todo respetuosa. Nada se gana desgastando de forma irracional las instituciones del Estado.

 


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