Inició desde la semana pasada el proceso electoral 2018 tanto federal como estatal. Esto implica todo el trabajo de organización y logística que ejecutan las autoridades electorales, el INE y el IEPAC, para llegar a la jornada donde los ciudadanos mediante el voto elegirán a sus representantes.

Esta jornada tiene un sello muy característico. Por primera vez se celebran diversas elecciones concurrentes como es el caso de Yucatán donde no solo participaremos en la elección de presidente y representantes en las cámaras de senadores y diputados, sino también, nos tocará el gobierno del estado, la remoción de nuestra legislatura y las presidencias municipales. Se afirma que eso significará un error en el gasto de campaña al vincularse las elecciones federales con las estatales.

Cuando se vive un país con tantas deficiencias económicas a pesar de mantener en buen nivel los indicadores macroeconómicos, de aquellos que no le pegan ni satisfacen directamente las necesidades básicas de las familias e individuos, el mantener un elevado costo para los partidos políticos resulta insultante.

Lo que es también interesante es el tema de la selección de los candidatos. Aunque esto parece de interés exclusivo de los militantes, es también cierto que los partidos políticos reciben dinero público, por lo cual es exigible desde la trinchera ciudadana transparencia y claridad. Nuestra democracia resulta muy cara como para estar botando a la basura un recurso económico que bien podría ser usado para combatir otros rezagos sociales como el hambre, la pobreza, la violencia familiar o los feminicidios por mencionar algunos.

Desde las decisiones cupulares, ejercicios de encuestas muy amañadas y tendenciosas para favorecer a un aspirante en específico, hasta la modalidad de rifa.  Pocas veces consulta a las bases que le de legitimidad a una candidatura por ser elegida con voto universal, libre y secreto de los militantes. Sería un ejemplo de vivencia plena y congruente de los valores democráticos. Una práctica que sin duda demuestra madurez política y gran posibilidad para convencer al no militante.

Pero eso parece ser solo un ideal que se aleja la práctica, decisión y acción política. Al final son los líderes cupulares o los intereses de grupo los que por acuerdo se pactan las candidaturas. Lo que producen candidatos que al llegar al gobierno no responden a los intereses de la militancia, mucho menos de la ciudadanía, pero sí a las exigencias del grupo de poder que lo encumbró. Definitivamente una distorsión de los postulados y valores de la democracia.

Lo malo es que los ciudadanos lo hemos tolerado.

¿Hasta cuando más lo vamos a seguir permitiendo?

En la población hay un sentimiento de hartazgo que conduce a la desconfianza hacia toda la clase política. Los partidos políticos le han fallado a la sociedad. Desde todos los colores e ideologías se han tolerado actos de corrupción. Se carece de un compromiso contundente contra la corrupción. Una insensibilidad para comprender las necesidades de la ciudadanía y encauzar los esfuerzos para fortalecer políticas públicas idóneas, pertinentes, viales y reales.

¿Cómo no pensar y decir que lamentablemente vivimos en un país de porquería?

Mientras sea más importante la foto que atender realmente las zonas de desastre y fomentar más la prevención para evitar mayores daños; si la estrategia política para imponer es secuestrar un órgano del estado para el chantaje y la manipulación; si se sigue encubriendo los actos y personajes corruptos… si esas y muchas otras cosas más siguen sucediendo en los senos de los partidos políticos, el país continuará en una inercia que no necesariamente permitirá el fortalecimiento de la democracia ni las posibilidades crecientes de crecimiento y desarrollo económico, político y social.

Dentro de todo este contexto inicia el proceso electoral, 2018.


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