Para el año 2000 en el discurso político se repetía, como un leitmotiv, la expresión “consolidación de la democracia”. Para ese tiempo se suscitó el arribo de un partido de oposición, el primero en la presidencia después de más de siete décadas de homogeneidad político. Han pasado casi dos décadas y aún parece que el proceso de parto hacia una democracia plena no parece concluir.

Hoy los procesos electorales no se ven como fiestas democráticas. Sino todo lo contrario, es una carnicería por la grilla, la denostación, descalificación y guerra sucia. En donde todo se vale siempre y cuando se consiga el triunfo electoral. No importa si se trata de partido contra partido o dentro del propio partido. La competitividad electoral se encarniza sin importar dañar a la sociedad, a la clase política y hasta la vida interna de los partidos políticos.

La amplitud que hoy podemos palpar en la discusión de los temas nacionales donde las redes propician una expansión de la crítica y el derecho de la libre expresión, no parece estar llegando a los partidos políticos. Lo que observamos desde fuera es que dichas organizaciones políticas en lugar de abrir sus procesos se encierran.

Para la selección de los candidatos para el proceso electoral 2018 los diferentes partidos políticos se están negando a someter la selección al voto libre y secreto de los militantes. En contrasentido del espíritu democrático están decididas a consumar los procesos de elección popular lo que, en otros tiempos, se le llama “dedazo”

¿Cuántas veces no se criticó al PRI como partido hegemónico y vertical en sus decisiones la práctica del dedazo?

Hoy eso ya no parece importarles a los que en aquel entonces se les consideraba partidos de oposición. En la justificación de que no quieren más problemas que afecten a la unidad están decidiendo desde arriba, sin escuchar ni mediar con la militancia quienes serán los representantes de la fuerza política.

¿Consideran que la unidad de los partidos estará garantizada de facto cuando se “nombre” al candidato?

Para competir en un proceso electoral lo primero debe ser la militancia la que deba estar convencida. Parece que los decisores cupulares no se dan cuenta que los militantes ya están pensado más para dejar de ser simples borregos que obedecen. Por eso no es ocioso afirmar que bajo ese esquema no se logra convencer a la militancia y mucho menos construir unidad en pos del triunfo electoral.

Si una militancia no está convencida ¿se logrará convencer a los que no lo son?

Mucho marketing político y electoral está impidiendo recuperar lo básico y fundamental para construir una campaña exitosa.

Las decisiones cupulares, la nueva forma de justificar el “dedazo”, representa el gran problema de los partidos políticos rumbo al 2018. Parece que todos ya analizaron el desgaste en la confianza y encabronamiento de la militancia. Al final, siguiendo con la lógica de los partidos, las campañas podrían resumirse no en que tanto convences, sino en que menos está encabritaba la militancia contra las decisiones cupulares o, mejor dicho, del nuevo dedazo electoral.


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