Sobre el tema de la aspiración, hasta ahora, de José Antonio Meade a la precandidatura del PRI a la presidencia me asaltan algunas preguntas o dudas.

  1. ¿Tendrá la capacidad de acercamiento a la base militante quien no es priista y que además no cuenta con trabajo partidista?
  2. ¿Será suficiente la apuesta a favor de Meade con antecedentes panista acarrear votos de la derecha para contrarrestar las pretensiones presidenciales de AMLO?
  3. ¿Podrá el priismo local aceptar los designios que como “liturgia partidista” le otorgan determinadas facultades en los procesos de decisión al candidato presidencial?
  4. ¿De que forma se podrá conciliar los intereses de los otros aspirantes que tienen una trayectoria política sustentada en la vida interna del partido?

Y una que es futurista, pero que encierra una situación que valdría la pena cuestionar desde este momento.

Si al presidente, gobernador o presidente municipal, dependiendo del nivel de gobierno y organización partidista, se le considera como el “PRIMER PRIISTA”, en caso de resultar ganador en la contienda y logra Meade ocupar la silla presidencial

¿Seguirá imperando esa parte la liturgia partidista?

¿Todo el priismo le rendirá la plastecía, acatamiento y sumisión política?

Son tan solo algunas preguntas.

 


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