La relación con Estados Unidos nunca ha sido fácil. Sin embargo, en las últimas décadas hemos tenido que tomar la ruta de la negociación política y económica que he permitido la apertura de mercados que significó que empresas y franquicias inviertan en México, así como también, productos mexicanos puedan comercializarse en el extranjero. Lo que conlleva un mejoramiento de las oportunidades comerciales y por ende de crecimiento y desarrollo económico.
La Cuarta Transformación más allá de cualquier otra consideración no pude desajenarse por completo de esta realidad y aunque no había asumido la presidencia, consintió y participó en la recta final de las negociaciones del nuevo tratado internacional de libre comercio entre Estados Unidos, Canadá y nuestro país México. La nueva redacción fue firmada por Enrique Peña Nieto en lo que fue su último acto como mandatario del país y, posteriormente, ratificado de hecho por la presidencia de López Obrador cuando fue quien envío el documento al Senado para su aprobación conforme a la legislación de firma de convenios internacionales. Inclusive, desde el seno de la Cuarta Transformación se promovió una iniciativa laboral para garantizar la ratificación del senado norteamericano como efectivamente sucedió.
Sin embargo, la relación con el vecino del norte y el gobierno mexicano no está exenta de altibajos. Uno de ellos tiene que ver con la supuesta “puesta en orden” de varios contratos de gas natural y de energías limpias que bajo la acusación de corrupción se han rescindido o modificado en perjuicio de los intereses económicos y de la perspectiva de mejorar los procesos productivos eficientes bajo principios de cuidado del medio ambiente.
Además, desde una perspectiva política, nuestro presidente en tiempos de campaña había “prometido” poner en su lugar a Donald Trump. Pero la realidad que está en los hechos, el mandatario norteamericano ha sido más habilidoso y sin mucho esfuerzo a ninguneado a AMLO. Tenemos el caso de las caravanas migrantes que fueron detenidas por el gobierno mexicano, así como lo exigía el gobierno yanqui, constituyendo a nuestro país en un “muro de facto” contra los deseos de miles de centroamericanos que quieren llegar hasta los Estados Unidos.
Los dos peores escenarios fueron cuando la única gira de López Obrador al extranjero, a los Estados Unidos, fue utilizada de manera electoral por Donald Trump. Por otro lado, el escándalo de la detención del general Cienfuegos que, aunque inicialmente era una bocanada de oxígeno para consolidar la idea de corrupción del pasado, al final le produjo a la presidencia de López Obrador un conflicto con las fuerzas armadas y tuvo que “doblar las manitas” y defender al general Cienfuegos para lograr su liberación y muy posiblemente su inmunidad.
Hoy el presidente López Obrador tiene un grave problema. Es más que claro el conflicto poselectoral por la terquedad de Donald Trump de aceptar su derrota. Si algo hay que reconocer de los norteamericanos es la fortaleza de sus instituciones que están más allá de los actores políticos o de un régimen de gobierno. De tal forma que, en el transcurso de los días posteriores a la elección, las dependencias competentes del gobierno federal, así como los sistemas electorales estatales y otras instancias legales como los tribunales federales y la Suprema Corte han ido confirmando lo que ya muchos sabemos, que el próximo presidente de los Estados Unidos es el representante demócrata Joe Biden.
López Obrador no he negado desde un principio a reconocer la victoria y felicitar a Joe Biden. Lo peor es la inacción en el contacto diplomático de México con el equipo de candidato virtualmente ganador de las elecciones norteamericana. A esto hay que sumarle la promoción del gobierno mexicano de limitar las acciones de los agentes de investigación en territorio nacional y el tema de los contratos de energía limpia que afectan intereses económicos norteamericanos.
Para quienes desconocen la historia de las negociaciones políticas y relación con México y los gobiernos norteamericanos es que no nos ha ido bien con los demócratas, que supuestamente son más progresivos que los conservadores republicanos.
Hoy es difícil que el Colegio Electoral norteamericano, instancia que vota por el quien será el próximo presidente, cambie el resultado que ya conocemos.
Ante la necedad del gobierno mexicano es claro que López Obrador necesitará de mucha “mano izquierda” para recomponer el tiempo perdido y la confianza en la nueva administración de Joe Biden. La buena noticia, es que se cuenta con Marcelo Ebrard. Quien ha demostrado mucha capacidad de negociación. Gracias a él se le debe la liberación y devolución del General Cienfuegos. Considerando los tiempos electorales que se empatan dentro de cuatro años los procesos de elección presidencial en ambos países, pone al ahora canciller mexicano en la jugada si sabe solucionar esta diferencia. Pero será otro tema, dependiendo de la gestión de Ebrard en esta crisis diplomática que gestó López Obrador.
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