Madrid, 1 may (EFE).- Sentarse con los testigos silenciosos del acoso escolar y prestarles mucha más atención es la línea de trabajo que está ganando hoy terreno para prevenir este maltrato, en lugar de una visión “más tradicional de tipo clínico o individual centrada en el agresor y la víctima”.

Con motivo mañana del Día Internacional contra el Acoso Escolar, el psicólogo y profesor universitario David Álvarez, que lleva 25 años investigando sobre acoso, explica a EFE que los esfuerzos se han centrado tradicionalmente en trabajar con la víctima/agresor, “pero para que esto funcione hay que hacer ver al alumnado de que ayudar a una víctima no es ser un chivato ni nada negativo sino un signo de valentía”.

El grupo de Álvarez, “Aprendizaje Escolar, Dificultades y Rendimiento Académico ADIR” de la Universidad de Oviedo, focaliza su trabajo “en el grupo, porque no es un problema individual que tenga el alumno, no es culpa de la víctima ni del agresor únicamente, sino que es una dinámica grupal”.

Un sondeo llevado a cabo por ADIR a un millar de estudiantes de 4º de primaria reflejó que un 16,8 % “no haría nada si presencia acoso y seguirían tranquilos porque entienden que la cosa no va con ellos, y un 6,5 % reconoce que se unió” a las burlas. Las razones van desde tener miedo a ser ellos las siguientes víctimas a una mayor relación con el agresor que con el acosado.

El 45 % del alumnado de secundaria no actúa ante el acoso

En el caso de la etapa de secundaria, con una muestra superior a los 3.000 estudiantes, “nos llamó la atención que un 5,6 % se uniera al maltrato y un 45 % respondiera que no hizo nada”.

Dentro del abordaje de este problema se trata de “hacer ver que la violencia no es una manera normal de relacionarse, por ejemplo saludar a un compañero con un golpetazo en la espala o llamarle por un mote. Una idea muy básica es que las formas agresivas no son formas de interactuar aunque estén normalizadas”, explica.

El grupo de investigación de Álvarez desarrolla programas de intervención para que los estudiantes aprendan a resolver conflictos, enseñándoles habilidades sociales que les ayuden a relacionarse de modo adecuado.

Otra de las líneas de trabajo consiste en fomentar el papel de los cibermediadores: “Los profesores no tienen acceso a las redes en las que participa el alumnado, pero los chicos sí pueden informar de los problemas que surgen en las redes sociales, por ejemplo si han quedado para pegarse”.

El profesor titular de psicología de la Universidad de Oviedo insiste en que no hay que sentarse solo con las víctimas o los agresores sino trabajar con los testigos, y considera que en ocasiones se pone una mirada “demasiado punitiva, castigadora, sancionadora con el agresor y no educativa”.

“El alumno es un menor, una persona en formación y merece ser educada. La única solución no debe ser el cambio de centro porque es echar el problema a otro centro. No es solucionarlo sino lanzarlo”.

Aunque “siempre hay que colocarse del lado de la víctima y hay que protegerle, tampoco debemos olvidarnos del agresor que se ha podido equivocar y debe tener el derecho a que su conducta sea corregida. Merece una atención educativa, no clínica de mandarle al psicólogo”.

En otro de los estudios de su grupo de investigación se comprobó de forma empírica algo que se observa cotidianamente: ser agresor genera rechazo y problemas de control emocional, que conducen a su vez a que se vaya aislando del grupo.

Al final la “etiqueta de chico malo” acentúa el problema y hace que se vayan consolidando patrones inadecuados de relación con el resto de compañeros, concluye el psicólogo.


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