La historia de la política mexicana es un relato intrincado, marcado por la interacción de múltiples proyectos de nación que han buscado definir el rumbo del país. Esta complejidad se hizo especialmente evidente durante la Revolución Mexicana, un periodo caracterizado por una diversidad de perspectivas y propuestas políticas que, lejos de generar estabilidad, alimentaron la polarización y el conflicto.
Fue en este contexto donde emergió la figura de Plutarco Elías Calles, quien, reconociendo la necesidad de canalizar el esfuerzo político de manera más institucional y pacífica, propuso la creación del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
La Búsqueda de la estabilidad política
La visión de Calles era clara: un partido que pudiera unificar a las diversas corrientes revolucionarias en un solo ente político que evitara más derramamientos de sangre. Así, el PRI se convirtió en el instrumento a través del cual se estructuró el sistema político mexicano. Este partido hegemónico, con sus principios rectores, se arraigó en todas las esferas del gobierno, estableciendo un dominio que perduró por más de 70 años. Durante este tiempo, el sistema político se caracterizó por su capacidad para mantener el control y la estabilidad, pero a costa del diálogo y la negociación política.
Sin embargo, esta aparente estabilidad comenzó a mostrar signos de agotamiento. La falta de canales para el debate y la confrontación de ideas llevó a un desgaste institucional que culminó en el año 2000 con el triunfo de la oposición en las elecciones presidenciales. Este evento se interpretó como el inicio de una nueva etapa en la política mexicana, marcada por un anhelo de cambio hacia un sistema democrático más pluralista.
El regreso a la hegemonía política
El ascenso de Andrés Manuel López Obrador en 2018 con la Cuarta Transformación (4T) y la continuidad del “segundo piso” encabezada por la actual presidenta Claudia Sheinbaum ha traído consigo la promesa de una renovación institucional y social. Sin embargo, muchos críticos han señalado que este proceso se ha visto acompañado de estrategias que rememoran el modelo hegemónico del PRI. A pesar de la retórica transformadora, la 4T parece consolidar un sistema político que, al igual que su predecesor, busca controlar las estructuras de gobierno de manera casi totalitaria.
Desde su llegada al poder, López Obrador ha implementado reformas que, aunque inicialmente se presentan como cambios necesarios para combatir la corrupción y fortalecer la democracia, han generado preocupación por su tendencia a centralizar el poder. La desaparición de organismos de control y la coptación de fuerzas de oposición han suscitado alarmas sobre un posible retroceso en la transparencia y la rendición de cuentas.
Un ciclo que se repite
En este sentido, la actual administración ha puesto en evidencia la paradoja de la política mexicana: la búsqueda de un cambio real y significativo parece verse atrapada en un ciclo de hegemonía que, aunque disfrazado de transformación, perpetúa muchas de las dinámicas de control del pasado. La Cuarta Transformación ha sido presentada como un esfuerzo por reconstruir la nación, pero su enfoque en la eliminación de voces disidentes y en el fortalecimiento del poder ejecutivo plantea serias interrogantes sobre el futuro del sistema democrático en México.
Así, la historia política de México se revela como un entramado de conflictos y reconciliaciones, de luchas por el poder y de visiones divergentes sobre el futuro del país. La Revolución Mexicana, el surgimiento del PRI y la llegada de la 4T son hitos que, aunque diferentes en sus contextos, comparten la constante lucha por la definición de un proyecto de nación. La necesidad de un diálogo abierto y la búsqueda de un equilibrio entre las distintas fuerzas políticas son esenciales para evitar que la historia se repita, transformando la esperanza de un verdadero cambio en una mera repetición de un pasado que muchos desearían dejar atrás.
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