Hace algunos años, cuando nos prometieron que México tendría un sistema hospitalario a nivel Dinamarca, nos imaginamos un paraíso sanitario. Pensamos en hospitales modernos, atención oportuna, médicos bien capacitados, y medicamentos para todos. En otras palabras, una utopía nórdica trasplantada al trópico mexicano. Pero la realidad es otra, y al parecer lo que nos dieron fue una versión tropicalizada… pero de las tragedias del tercer mundo.
¿Dinamarca? ¡Ja! Qué aburrido sería vivir sin esa dosis diaria de incertidumbre que nos regala el IMSS y el ISSSTE. Por ejemplo, hace poco escuché un caso que debería ser material para Netflix: un derechohabiente tuvo que someterse a una laringoscopía sin anestesia en la famosa clínica T1 del IMSS. Sí, sin anestesia, porque ¿para qué queremos anestesia cuando podemos tener una experiencia completa? ¡Nada como sentir ese tubito con cámara bajándote por la garganta mientras experimentas la sensación de ahogarte! Una experiencia inolvidable, y gratuita, si es que logras agendar tu cita en primer lugar.
Pero no todo es tortura moderna. También están las noticias emocionantes, como la reciente decisión de sacar el medicamento Forxiga del cuadro básico. ¿Quién necesita un tratamiento efectivo para la diabetes cuando puedes ahorrar 1,500 pesos al mes simplemente no tratándote? Es que mantener la promesa de Dinamarca es caro, y si hay algo que el gobierno mexicano sabe hacer bien es mantener las finanzas austeras, la austeridad republicana… a costa de tu salud, claro.
Y mientras tanto, los medicamentos siguen sin llegar, las citas con especialistas se programan para algún momento en el siglo XXII, y si tienes suerte, en noviembre o diciembre te dirán que no hay agenda. Pero paciencia, porque todo esto es parte del plan, ¿no? La salud pública en México no es una prioridad, es un reto extremo. ¿Qué tan fuerte eres para sobrevivir sin atención médica? Solo los más aptos prevalecerán.
Ahora que estamos en el segundo piso de la Cuarta Transformación, seguimos esperando la prometida Dinamarca mexicana. López Obrador no pudo, pero al menos nos dejó un show diario en las mañaneras. Y Claudia Sheinbaum… bueno, ¿qué tan diferente podría ser? Al final, los principales beneficiarios de este desastre somos nosotros, el pueblo sabio. Sabios porque sabemos que el cambio nunca llegó, y que nunca llegará.
¿Yucatán rumbo a la Dinamarca imaginaria?
Ahora imaginemos por un momento lo que significará para los yucatecos entregar sus hospitales y servicios médicos a la federación. Sí, porque aparentemente no basta con tener un sistema local que, aunque con sus deficiencias, logra sostenerse gracias al esfuerzo estatal. Ahora, el sueño (o pesadilla) de centralizar la salud en manos de un gobierno que no puede garantizar ni las agujas, promete llevarnos a una “Dinamarca yucateca“.
En este nuevo escenario, los yucatecos deberán prepararse para largas filas, citas médicas que se programen para después de la próxima alineación de planetas, y la desaparición de medicamentos esenciales del cuadro básico. Porque si algo hemos aprendido de la experiencia nacional es que cuando la federación toma el control, la salud pública se convierte en una ruleta rusa. ¿Quién necesita seguridad médica cuando puedes tener el emocionante suspenso de no saber si habrá médicos disponibles o si te tocará tu consulta antes de necesitar un acta de defunción?
Yucatán, un estado reconocido por su organización y esfuerzo en el manejo de servicios de salud, se enfrenta a una triste realidad si decide seguir esta ruta. La promesa de un sistema sanitario nacional eficiente, “nivel Dinamarca”, suena más a un mal chiste que a una estrategia viable. La historia reciente nos muestra que centralizar la salud no es sinónimo de mejorarla, y los yucatecos, acostumbrados a soluciones prácticas y eficientes, podrían ser los más afectados por este experimento federal.
La realidad para los yucatecos, como para el resto del país, no es Dinamarca. Es México, con sus promesas incumplidas, su austeridad mal entendida, y su sistema de salud que sigue siendo un reflejo de todo lo que queda por hacer.
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