En la más reciente entrega de la tragicomedia nacional, la Cuarta Transformación sigue dando muestras de su peculiar enfoque sobre lo que significa el progreso y el desarrollo humano. Ahora, en medio de la “democratización” de la justicia, nos encontramos con la propuesta de permitir que aspirantes a jueces y magistrados puedan postularse aun con un promedio menor a 8 en la licenciatura. ¿La razón? Según el magistrado Reyes Rodríguez del tribunal electoral federal, excluirlos por su bajo desempeño académico sería “estigmatizante” y los condenaría a la exclusión perpetua.
¿Es en serio? ¿Ahora resulta que el esfuerzo, la dedicación y el mérito son secundarios en la construcción de un sistema judicial digno y eficiente? Bajo esta lógica, lo que realmente importa no es la capacidad de interpretar la ley o resolver conflictos, sino asegurar que nadie se sienta mal por haber navegado sus estudios con la ley del mínimo esfuerzo.
La celebración de la mediocridad
El problema no radica únicamente en esta ocurrencia, sino en el mensaje que envía: el mérito académico y profesional no tienen cabida en esta “nueva justicia”. El mensaje parece ser claro: en la 4T, la excelencia es un estorbo. En lugar de premiar la dedicación y el conocimiento, se privilegia la mediocridad como un nuevo estándar nacional. ¿Qué clase de capital humano estamos formando si la mediocridad es suficiente para aspirar a un cargo tan importante como el de juez o magistrado?
Esto se suma al vergonzoso caso de la ministra cuya tesis de licenciatura resultó ser un plagio descarado. En lugar de asumir responsabilidad, optó por escudarse en procesos legales para mantenerse intocable. Así, el ejemplo que se da desde las altas esferas no es otro que el del “todo se vale” y el “hazlo mal, pero hazlo”.
¿El pueblo como reflejo del poder?
En un régimen que se autoproclama como el defensor de los desprotegidos y marginados, cabe preguntarse: ¿qué es lo que realmente se quiere del pueblo? Si las instituciones validan el bajo rendimiento como norma, ¿cómo se supone que la ciudadanía aspire a algo más? En lugar de fomentar una cultura de superación, el discurso de la 4T parece promover el conformismo y la pasividad.
¿O es que, quizás, un pueblo sin deseos de superación es más fácil de gobernar? Después de todo, es más sencillo mantener el control sobre una sociedad que no cuestiona ni aspira a mejorar sus circunstancias.
La justicia al mejor postor
La idea de democratizar la justicia es, en principio, una aspiración ciudadana legítima que busca resolver la inacción de las cortes para resolver asuntos de la población más vulnerable. Pero en la práctica, parece que lo que realmente se busca es una justicia a modo, manejada por personas que no tienen ni la formación ni la independencia necesarias para tomar decisiones informadas y justas. Si permitimos que los estándares académicos y éticos sigan cayendo en picada, estaremos condenando a las futuras generaciones a vivir en un país donde la justicia no es más que una burla.
Es irónico, y profundamente preocupante, que mientras algunos luchan por elevar el nivel educativo y profesional de México, otros trabajan arduamente para institucionalizar la mediocridad. Porque, al final, eso es lo que la Cuarta Transformación parece querer: no una transformación, sino una regresión. Y no precisamente hacia el progreso.
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