WASHINGTON.- Antes de que arrancara con toda esta historia de la nave espacial, el año pasado el director del departamento de astronomía de la Universidad de Harvard, Avi Loeb, ya era famoso por sus conferencias públicas sobre la humildad. Por un lado, la humildad personal que decía haber aprendido durante su infancia en el campo, pero también la “humildad cósmica”, ya que según Loeb es arrogante suponer que estamos solos en el universo, o incluso pensar que los humanos somos una especie particularmente especial.

En la oficina de Loeb todavía puede verse el poster de una de esas conferencias, aunque se pierde un poco entre la maraña de papeles. Fotos de Loeb posando bajo el domo del gigantesco telescopio del siglo XIX de Harvard, notas de agradecimiento de alumnos de escuela primaria, la entrevista enmarcada que le concedió a The New York Times en 2014, sus libros sobre la formación de las galaxias, y fotos de su cara que se repiten una y otra vez: un cincuentón de anteojos con una sonrisa de perpetua satisfacción.

Es la primera mañana de los cursos de primavera en la universidad, y Loeb hace comentarios sobre alguna de las fotos que cuelgan de las paredes. Loeb comenta que el día que se viralizó su teoría sobre la nave espacial, en esa misma oficina recibió a cuatro canales de televisión, y que ahora hay cinco estudios cinematográficos interesados en llevar su vida a la pantalla grande.

Desde la publicación de su controvertido estudio, Loeb ha participado de un verdadero raid mediático, aceptando de buen grado la celebridad que le reporta ser el fanático de la vida extraterrestre que más reconocimiento tiene en el mundo académico: el máximo astrónomo de Harvard sospecha que aquí nomás, a la vuelta de la esquina, ha aparecido tecnología alienígena proveniente de otro sistema solar. A su vez, eso dejó desconcertados a sus pares de la comunidad científica, que oscilan entre considerarla una teoría con poco sustento y enojarse con el máximo astrónomo de Harvard por no dejar de hablar de extraterrestres.

Pero lo que no pueden es calificar a Loeb de loco excéntrico. Cuando los astrónomos de Hawai se toparon con el primer objeto interestelar conocido, a fines de 2017 -un parpadeo de luz que pasó frente al sol a tal velocidad que solo podía provenir de otro sistema solar-, Loeb ya tenía en su currículum profesional más tres décadas de docencia en las mejores universidades de Estados Unidos y cientos de publicaciones sobre astronomía, mayormente dedicadas a la naturaleza de los agujeros negros, la formación de las primeras galaxias, y otros temas que no podrían ser más ajenos a la prensa sensacionalista.

Así que cuando prácticamente todos los astrónomos del mundo se abocaron a desentrañar cómo había llegado ese objeto interestelar (apodado Oumuamua, que en hawaiano significa “scout”) a nuestro remoto rincón de la Vía Láctea, la extraordinaria pero convencida afirmación de Loeb de que probablemente el objeto provenía de una civilización extraterrestre no podía ser descartada de plano.

“Si consideramos un origen artificial, una posibilidad es que ‘Oumuamua’ sea una vela solar, que flota en el espacio interestelar como escombro o resto de un equipo de tecnología avanzada”, escribieron Loeb y su colega Shmuel Bialy en la edición de noviembre de Astrophysical Journal Letters.

“Oumuamua no es una nave alienígena, y esa sola sugerencia de parte de los autores del informe es un insulto para la investigación científica honesta”, tuiteó poco después de la publicación del informe el astrofísico de la Universidad Estatal de Ohio, Paul M. Sutter.

“Un impresionante ejemplo de ciencia sensacionalista y con motivaciones espurias”, escribió en Forbes el teórico de la astrofísica Ethan Siegel. La astrofísica Ketie Mack, de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, sugiere que Loeb busca publicidad. “A veces la gente escribe un artículo sobre algo que no cree en absoluto que sea cierto, con el mero propósito de figurar”, manifestó Mack al multimedio de noticias The Verge.

Salvo Loeb, la mayoría de los científicos suponen que “Oumuamua es una especie de roca, ya sea un asteroide eyectado de alguna estrella que colapsó hace millones de años, o un cometa de hielo errante que se desplaza a la deriva por el vacío interestelar.

Loeb argumenta que por su modo de desplazamiento “Oumuamua no puede ser, como suele imaginarse, un pedazo de roca con forma de papa alargada, sino más bien un objeto que es muy largo y que no tiene más de 1 milímetro de espesor, tal vez con la forma de un panqueque oblongo de un kilómetro de largo -como la vela de un barco-, tan liviano y tan delgado que la luz del sol lo está empujando fuera de nuestro sistema solar”.

Y si bien Loeb no dice que se trate definitivamente de alienígenas, sí dice que no se le ocurre otra explicación que encaje con sus observaciones. Y lo dice ante todos los medios de prensa internacionales dispuestos a escucharlo.

“Muchos pensaron que después de toda esta publicidad, yo iba a retractarme”, dice Loeb. “Si alguien me muestra evidencia en contrario, me retractaré inmediatamente.”

En cuestión de meses, Loeb se ha convertido en el hombre que ofrece una alternativa a las funestas noticias terrestres.

“El simple hecho de saber que no estamos solos cambia totalmente nuestra percepción de la realidad”, dice Loeb. “Nos peleamos por cuestiones fronterizas, por los recursos del planeta. Pero esto nos hace sentir parte del planeta Tierra como civilización, y no como países por separado que tienen que votar, por ejemplo, sobre el Brexit.”

Así que ahora Loeb es famoso, y se presenta a sí mismo como alguien que dice la verdad y corre el riesgo de hacerlo en medio de una comunidad científica conservadora y somnolienta.

Su vida

Loeb creció en una aldea rural de Israel, donde se sentaba en las laderas de las montañas a leer libros de filosofía e imaginar la inmensidad del universo, una fascinación que, según dice, lo llevó a dedicarse a la ciencia y finalmente al “Oumuamua”.

Ingresó al Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, Nueva Jersey, a fines de la década de 1980 (“El lugar donde trabajaba Einstein”, se ocupa de señalar), y luego aceptó un puesto en el departamento de astronomía de Harvard, donde “hacía 20 años que no ascendían a nadie, y a mi me incorporaron a la planta permanente en apenas tres años”, señala Loeb.

Loeb le dedicó su vida a la ciencia y en su camino se cruzó con los más grandes de su disciplina, cuyos nombres le gusta mencionar repetidamente al hablar: Stephen Hawking fue a cenar a su casa, Steven Spielberg una vez le pidió consejos para sus películas, y el megamillonario ruso Uri Milner una vez entró en su oficina, se tiró en el sofá, y le pidió que lo ayudara a diseñar la primera nave interestelar de la humanidad, algo que ya está haciendo, con un presupuesto de investigación de 100 millones de dólares y el apoyo de Mark Zuckerberg y del fallecido Hawking.

Al mediodía, Loeb deja el telescopio, abandona su oficina y desciende hasta las aulas donde enseña los principios básicos de astrofísica a una docena de estudiantes. “¿Alguien escuchó el nombre Oumuamua?”, les pregunta. “¿Qué significa?”

Casi todos asienten con la cabeza, y el novato Matt Jacobsen, recién llegado a Harvard desde un pueblito rural de Iowa, levanta la mano y se anima a responder: “Se especulaba que podía provenir de otra civilización.”

“¿Quién hizo esa especulación?”, pregunta Loeb con una sonrisa.

En el aula se hace un silencio incómodo, hasta que Jacobsen exclama: “¿Fue usted? ¡Dios mío!”. Y entonces su profesor sonríe de oreja a oreja.

Fuente: Yahoo noticias


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