Por Julián Crenier

México, 14 de abril (Notimex).— En el marco de la Feria Internacional del Libro de Minería 2020, el poeta y editor Mario Bojórquez (Los Mochis, Sinaloa, 1968) tuvo una agenda activa. Presentó más de una decena de libros publicados por su Editorial Círculo de Poesía, además de dar a conocer su más reciente poemario intitulado Memoria de lo vivido (Instituto Sinaloense de Cultura, 2019).

      Aparte de ser uno de los autores con más presencia en el orbe de la poesía mexicana actual, Bojórquez está interesado en la poesía joven, la que ha ido naciendo de la generación de la última década del siglo pasado.

 

El español ya es nuestro

Sin una agenda de conversación predeterminada, la sección de Cultura de Notimex se dio a la tarea de buscar al poeta para, más que nada, hablar de poesía, cuyo conocimiento abarca desde la antigua Grecia hasta los tiempos actuales, tal como se puede entrever en esta charla, la cual inicia recordando al poeta mayor de la lírica mexicana contemporánea, Eduardo Lizalde:

      —Nosotros en Círculo de Poesía, en 2014, creamos el Premio Nuevo Siglo de Oro. Ahora se lo dimos a Lizalde. Esta idea nació en 2014 porque es cuando mueren poetas tan importantes como José Emilio Pacheco y Juan Gelman. También fue el año del centenario del natalicio de escritores como Octavio Paz, Julio Cortázar y José Revueltas. Lo que decimos, básicamente, es que entre 1914 y 2014 ocurrió un nuevo Siglo de Oro en la lengua iberoamericana. Ya no digo España, a pesar de Federico García Lorca y Antonio Machado, porque es más bien del lado americano.

      —Claro, también está la parte final del Modernismo.

      —Así es, el segundo Modernismo con López Velarde, que en 1919 estaba publicando Zozobra. En ese entonces se estaba empezando a modificar el panorama de la lengua española, pero de este lado del Atlántico. Fue un siglo literario magnífico que incluye, por supuesto, a Borges también. Lo que sucedió en el Siglo de Oro español, cuando Juan Boscán y Garcilaso de la Vega llevaron el endecasílabo italiano al español, y que concluye con la muerte de Juan Ruiz de Alarcón, pasó acá algo similar: un siglo de luces, maravilla, potencia, originalidad y desarrollo de otras visiones del mundo.

      —Con esto que menciona, ¿usted diría que el español ya pasó a ser de América Latina y dejó de pertenecer a España?

      —Sí. Le seguimos llamando español porque tiene esas raíces, pero efectivamente ya es una lengua que, por supuesto, sucede acá. Piensa tú que en ese país tienen 40 millones de hablantes y aquí somos 520 millones.

      —Me parece, si no mal recuerdo, que España cuenta con apenas el 20 por ciento de los hablantes del español. Con ese único dato yo diría que el idioma ya es nuestro.

      —Es nuestro, sin duda. ¿Y cuál es el español más grande? El mexicano. Nosotros tenemos unos 120 millones de hablantes en el país y unos 40 millones en Estados Unidos, aunque ellos sólo reconocen a 20 millones. ¡Imagínate toda la gente que no tiene papeles y que no pueden tener registrada!

      —Y a pesar de esta cantidad tan grande de hablantes, ¿no diría que, aun así, la poesía cuenta con muy pocos lectores? El género es, no me gusta decirle elitista, pero sí con un acercamiento mínimo.

      —Quizá cuando estás hablando de poesía culta tengas razón, pero lo mismo sucede con la música culta, es la misma proporción. Ernesto Cardenal, recientemente fallecido, y Plácido Domingo, serían dos estrellas en el mismo nivel. Pero así como existe la música popular, también está la poesía popular. Afortunadamente tenemos nosotros a José Alfredo Jiménez o a Juan Gabriel. Y contamos con figuras que escriben en endecasílabos o en alejandrinos castellanos, tal como lo hacía Rubén Darío y Lorca. Yo en clase a mis alumnos les digo: “Escuchemos este poema”:

 

Antes que el sueño (o el terror) tejiera

mitologías y cosmogonías,

antes que el tiempo se acuñara en días,

el mar, el siempre mar, ya estaba y era.

 

      —Borges…

      —Claro, Borges, “El mar”. Pero ahora veamos este:

 

Tú eres la tristeza de mis ojos.

Que lloran en silencio por tu amor.

Me miro en el espejo y veo en mi rostro

el tiempo que he sufrido por tu adiós.

Obligo a que te olvide el pensamiento,

pues siempre estoy pensando en el ayer.

Prefiero estar dormido que despierto

de tanto que me duele que no estés.

 

      —Creo que ya sé por dónde me quiere llevar…

      —¡Es Juan Gabriel! Digan lo que digan, es un buen endecasílabo —ríe.

      —Nada que decir frente a la comprobación aritmética, si hacemos a un lado la conjugación de la sinalefa.

      —¿Dónde está la disputa, entonces? Quizá en el vehículo de acercamiento con el público de esta poesía culta. Pero a la poesía no le importa eso. ¿Cuántos lectores habrán existido de Homero para acá? A él nadie lo leía porque no había imprenta en esa época, ¿pero cuántos lo habrán escuchado declamar? Veinticuatro o 25 personas, a lo mucho. ¿A nosotros nos va a preocupar eso? Evidentemente no. La poesía está hecha de otros caminos, otras posibilidades. Está hecha de memoria, por ejemplo. Claro que vivimos en un mundo más rápido y ágil, ¿pero hay un lenguaje que pueda encajar mejor en las redes sociales que el poético? Efectivamente en estos tiempos la poesía ha logrado encarnar en el discurso de las personas.

 

Los troqueos de Bonifaz

—Hablando de poesía contemporánea, usted que conoce los distintos tipos de versificación, ¿considera que es indispensable que los poetas jóvenes también los conozcan para realizar su arte o es algo obsoleto?

      —Los buenos poetas sí, porque lo que usamos es la misma herramienta: el español. Lo que ocurre es que muchas veces lo utilizan y no se dan cuenta. Si tú mandaras un poemario a un concurso donde yo fuera el jurado, me aseguraría que ganara el que sabe, y además me daría cuenta de inmediato. Rubén Bonifaz Nuño, por ejemplo, con sólo escuchar un par de versos sabía perfectamente qué es lo que había estado leyendo, qué me faltaba por leer, cuántas lenguas hablaba y, casi casi, qué había desayunado. Él no sólo conocía la versificación castellana, también la cuantitativa clásica, que es mucho más compleja, como el troqueo. Y esa forma de hacer poesía se traspasó al inglés y al alemán en textos como “El Cuervo” de Edgar Allan Poe y “El Tigre” de William Blake. Asimismo, en la traducción de Enrique González Martínez de Poe logró que se conservara ese acento en el español. Los buenos poetas sí saben todas estas cosas, los demás no importan. Si no son buenos, no van a prosperar.

      —¿Entonces está diciendo que el verso libre es un fracaso?

      —¡No! ¡Alto! El verso libre es la franca combinación imparisílaba. ¿Qué quiere decir eso? Que no todos los versos miden lo mismo, pero que sí tienen una medida. Entonces, claro, alguien que conoce la tradición, aunque no quiera, va a sonar en español, ¡porque escribe en español! No hay error ahí. Cuando llega un alumno a mostrarme su poesía a la clase, ahora yo también le digo:

      “—Estuviste leyendo a Bonifaz, ¿verdad?

      “—Sí.

      “—Toda la tarde, ¿no es así?

      “—¡Sí! ¿Cómo sabes?

      “—Porque estás escribiendo troqueos. Tú no lo sabes, pero se te pegó en la oreja el sonido. Escúchalos…

      “De esa manera, si los poetas se ponen a leer y practicar, se adueñan de estas formas que ya son clásicas”.

 

“Los poetas no pueden contar mentiras”

—En ese sentido, ¿usted diría que los mejores mentores de un poeta son los libros que lee con atención? El acostumbrarse a la música y a la tradición poética que encuentra en sus lecturas con el paso de los años.

      —¡Claro! Hay una función que es la del canto. La poesía es oración, música verbal y canto. Todos los acentos están funcionando de alguna manera. Y, como ya dije, no importa que un poeta lo tenga consciente o no, sus maestros lo sabrán, se lo dirán, y ellos mismos serán los que lo premiarán o lo despreciarán.

      —¿Y qué opina del ejercicio de aprenderse poemas de memoria? Alguna vez Víctor Manuel Mendiola me dijo que es indispensable para un poeta hacerlo para realmente absorberlos.

      —¡Don Mendiola! ¡Mi maestro y gran colega! Eso que dice se puede ver desde un punto de vista mitológico. Hay unas chicas a las que representamos como la poesía: las musas. Todos sabemos que su padre es Zeus, pero poco se sabe de la madre: Mnemósine, la Diosa de la Memoria. Yo publiqué el libro El rayo y la memoria [2012] justamente por eso. El poeta va a necesitar, por un lado, la inspiración inesperada, que es el rayo, así como dicen los italianos cuando se enamoran. Un momento de iluminación, el fuego dentro de tu corazón. Por otro lado, la memoria de Mnemósine, porque los poetas no pueden contar mentiras. Los narradores sí que lo hacen, cuentan mentiras, ficciones, pero los poetas siempre dicen la verdad. Ellos recuerdan las cosas tal cual pasaron. En ese sentido, tú dime si el poeta no necesita una buena memoria. Yo no recuerdo a ninguno prolífico que no la tenga.

      —Concuerdo con usted, además ejemplos hay muchísimos.

      —Octavio Paz, Fernando Pessoa, el mismo Bonifaz que ya mencionamos…

 

“Quizá estamos llenos de pequeñas verdades mentirosas”

—Separándonos un poco de la forma para ahondar en el fondo de los textos, ¿las temáticas están agotadas?, ¿hablar de amor en nuestros versos es obsoleto?, ¿para qué seguir haciéndolo?

      —¿Pero para qué seguir escribiendo de cualquier cosa? ¿Está agotado? Por supuesto que no, porque ahora mismo tú y yo estamos platicando. Tú vienes de una agencia de noticias y estamos en un lugar donde está ocurriendo la poesía: el Palacio de Minería. Quizá estamos llenos de pequeñas verdades mentirosas que compartimos, porque es cómodo y no nos obliga a tener un segundo pensamiento.

      —Como para huir del oficio, ¿no lo cree?

      —O porque somos tímidos, no lo sé, las razones sobran. Yo soy editor de la revista de Círculo de Poesía, la cual tiene millones de lectores en el mundo, y publico también unos 20 o 30 libros al año que llegan a estar en las mesas de novedades. Cuando alguien me dice: “¡La poesía no se vende!” De acuerdo, pero sí se compra, digo yo. Porque si no la compraran yo no podría seguir haciendo lo que hago. En esta sola feria presenté como 15 libros en total. Además, ¿por qué habría de vender lo mismo que la novela? Nosotros no nos dedicamos al entretenimiento.

      —Por lo que veo, usted lee poca narrativa…

      —Al contrario, a mí me interesa mucho, pero me estoy refiriendo al mercado. Yo amo la novela, y cuando la narrativa es realmente buena acaba por ser poesía. Acuérdate de algún suceso en una novela que te produjo una tensión fuerte. Eso sucedió porque en ese momento ya era poesía.

      —Tiene razón. Ahora mismo recuerdo Desierto Sonoro [2019], la novela más reciente de Valeria Luiselli. Más allá del tema tan importante que toca, el libro me pareció un tanto tedioso, aburrido. Pero hay momentos específicos dentro del texto que muestran una lucidez poética entrañable de la narradora, la cual acaba por enseñarme dónde está el valor de esa obra.

      —Claro. Si en alguna novela escriben: “Se despertó muy temprano, se vistió, salió a la calle, se encontró con sus amigos, y de pronto recordó que olvidó su cartera…” ¡Qué hueva! Para eso ya se ocupó una pinche página. Luego el narrador va a necesitar otras dos para que su personaje encuentre la méndiga cartera. Y uno dice: ¡no! ¡No me trates como un tonto! Quememos esa página, la que sigue, y la que sigue, hasta que muestre algo de validez. Si en un poema no sabes lo que está ocurriendo en tres líneas, lo tiras a la basura. Si no te reveló un misterio de la naturaleza, una emoción especial, lo tiras y se acabó.

      —Y ni siquiera tiene que ser una revelación racional, ¿no lo cree? Me parece que ahí está el error de muchos lectores de poesía que no son tan asiduos a ella. Uno puede encontrar, por ejemplo, material sonoro, musical, en los versos, que lo conmueve y que no necesariamente lo hace encontrar una explicación que simplemente no está.

      —La poesía te atrapa y te toma de inmediato, como los versos de Rodolfo Tallón que dicen:

 

No moriré del todo, amiga mía,

mientras viva en tu alma mi recuerdo.

 

      “¡Epa! Uno no suelta ese poema hasta que le destroza el corazón”.

 Profundidad, no entretenimiento

—Como editor de poesía me imagino que recibe una suma notable de textos de poetas que buscan ser publicados por primera o segunda vez. ¿Cómo juzgaría lo que recibió este último año?

      —Yo lo veo muy bien, la literatura mexicana está muy viva. En Círculo de Poesía, por el momento, nos estamos dedicando mucho a la traducción. Todo el tiempo estamos leyendo poetas de todo el mundo. Hasta el momento creo que tenemos unas 200 lenguas traducidas. El año pasado, que se celebraba el Día Mundial de las Lenguas Originarias, publicamos la antología Xochitlajtoli / Poesía contemporánea en lenguas originarias de México, con selección y prólogo de Martín Tonalmeyotl. Ahí se publicaron 32 autores que escriben en 16 lenguas diferentes como el náhuatl, tzotzil, otomí, chinanteco, tzeltal, entre otras. Nosotros no sabemos esas lenguas, pero ellos mismos se tradujeron y así lo publicamos.

      —¿Hay algún poeta de ellos que destaque para usted?

      —Elvis Guerra [Oaxaca, 1993], un poeta de Juchitán que escribe en lengua zapoteca, que a todo el equipo de Círculo de Poesía nos pareció fascinante porque estaba modificando muchos conceptos de la poesía, como lo es el concepto occidental de LGBTTI. Guerra es un poeta muxe, un hombre que se viste de mujer, con una vida de mujer, bajo ciertos parámetros de su comunidad, cosa despreciable para otra gente. ¿En qué consiste eso de ser muxe? Desde que eres niño tu familia te dice que eres muxe y eres eligido para cuidar a tu madre. Creces al lado de ella como si fueras mujer y no te puedes casar ni tener una relación duradera porque tu relación principal es con tu progenitora. Antes, a Elvis Guerra se le conocía como Carolina. Cuando leímos un poema de él que se llama “Confesión”, el último verso dice: “… también debo confesar que me enamoré de un hombre que no quiso casarse conmigo”.

      “¿Y por qué eso es una confesión? Porque si se llegara a casar con él, en ese mismo momento dejaría de ser muxe y rompería la tradición. Eso es un concepto que no pasaría ni tantito por nuestra cabeza occidental, ¡y además está escrita en la misma lengua que hablaba Benito Juárez! Su libro se llama Ramonera [2019] porque Ramón es el nombre del primer hombre, macho y viril, que le gustan los muxes, hombres vestidos de mujeres, pero que en las relaciones amorosas el muxe es quien lo voltea y lo ensarta. Discúlpa la expresión, pero no sé cómo decirlo de otra forma. Ramón es quien busca que lo penetren. Y cuando esto se encuentra en la poesía mexicana, escrita en zapoteco, uno se asombra. Inmediatamente que publicamos a Elvis Guerra, lo invitaron a Málaga a presentar su libro. Es una revelación que está revolucionando la poesía mexicana.

      —En este país no sólo tenemos poesía blanca heterosexual.

      —¡Por supuesto que no! Hay grandísimos homosexuales en México, magníficos poetas que van más allá de Salvador Novo. Nosotros publicamos a César Cañedo y al año siguiente se ganó el Premio de Poesía de Aguascalientes. ¿De qué está hecha la literatura? De sorpresa, de maravilla, de incomprensión, de la oscuridad del corazón humano, de las ideas que no podemos aclimatar inmediatamente. Por eso te digo que esto no es entretenimiento, es una cosa más profunda.

      —Esta diversidad en la poesía que menciona también me hace pensar en otros temas como, por ejemplo, la violencia contra las mujeres…

      —Justo la semana pasada presentamos el libro Pertenecerme entera de Andrea Rivas [Puebla, 1991]. El movimiento femenino mexicano, claro. Hay mujeres escribiendo poemas y diciendo su verdad ahí, ¡la verdad que ellas creen! Y nosotros no podemos decir nada. Debemos observar, atender, escuchar, modificar la actitud frente a ellas. Lo que hace mi amiga Andrea Rivas es un manifiesto de lo que significa ser mujer en México en este momento. Tú me preguntabas hace rato sobre los temas, y ahí están. Mientras haya seres humanos, siempre habrá algo de qué hablar.

      —En un proceso de reconstrucción de los tejidos sociales y culturales como el que estamos viviendo en estos momentos en México y América Latina, ¿la poesía juega un papel fundamental?

      —Tal como lo hace Andrea Rivas. Está mostrando de qué quieren hablar ellas. Se trata del respeto de su espacio y de su cuerpo, y debemos aprenderlo. Evidentemente es muy difícil cambiar esta construcción cultural que lleva siglos operando, pero empezamos a platicarlo y de esa manera irá cambiando. De nuevo tenemos que aprender. Y ese es el reto de los seres humanos. Más adelante seguro que habrá otras maneras y formas, y espero que sean más libertarias. Por otro lado, también está acechando el cabrón que quiere hacer todo lo posible para destruir el mundo. En cuanto tú y yo nos descuidemos, él hará lo posible para destruirnos, convertirnos en una cifra, esclavizarnos. Así como nosotros esperamos que la poesía subsista, hay otros que están empeñados en destruirla y aniquilar todo lo que esté vivo, la existencia. Por eso mismo es que hago libros y revistas. Según los datos que tengo, los lectores de mi revista electrónica duran 3 a 4 minutos en el sitio, lo cual quiere decir que leyeron, cuando menos, un poema.

      —Eso está muy bien, ¿no?

      —¡Buenísimo! Maravilloso, porque así sé que estoy haciendo contenidos que interesan. Yo creo que la gente pasa más tiempo en mi revista de poesía que en una página de pornografía.


Espero que esta publicación sea de tu interés. Me gustaría seguir en contacto contigo. Por lo cual te dejo mis principales redes para dialogar y comentar los temas de interés para la sociedad y nosotros.