23 de abril de 2024. Durante siglos, si no milenios, los poetas fueron considerados sabios visionarios, cronistas de su época y las personas que podían poner en palabras lo que el resto simplemente aspiraba a lograr.

Pero así como en la antigüedad tenemos a Homero y Virgilio, con la aparición del cristianismo también surgieron grandes autores.

En el Día del Libro, te presentamos una lista de cinco grandes poetas que deberías conocer:

1. Dante Alighieri (1265-1321)

“Dante y Shakespeare se dividen el mundo entre ellos, no hay un tercero”, así lo dijo el poeta anglicano T.S. Eliot, y probablemente no estaba equivocado. Incluso si Dante no hubiera escrito su “Comedia” -el adjetivo “Divina” vino poco después de su muerte-, su obra La Vita Nuova habría sido suficiente para asegurarle un lugar en la posteridad.

Sin embargo, sí escribió la gran epopeya de la trilogía cristiana -aunque la mayoría de la gente se detiene después del Infierno-, y durante la década de 1990 Dante tuvo entre sus traductores al inglés al premio nobel Seamus Heaney, el poeta laureado Robert Pinsky y a W.S. Merwin.

Parte de la atracción es que Dante hace lo que a todos nos gustaría hacer: luego de descender al Infierno, ascender al Purgatorio y posteriormente al Cielo, y vivir para contarlo. Que el poeta haya narrado este recorrido con un esquema conocido como terza rima, hace que algunas partes sean particularmente memorables; de hecho, la oración de San Bernardo a la Santísima Virgen María reaparece en el Oficio Divino.

El mismo Dante era un católico serio, y pontífices como Benedicto XV, San Pablo VI y Francisco han elogiado su genio y su contribución al catolicismo.

2. San Juan de la Cruz (1542-1591)

San Juan de la Cruz compuso “La noche oscura del alma”, un título universalmente conocido. Sin embargo, el santo español fue uno de esos poetas que “vio el cráneo debajo de la piel” y el alma dentro del cerebro.

Sus laboriosamente titulados “Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual”, traza con notable celeridad y claridad, cuan pronto el alma puede terminar en una unión mística con Nuestro Señor: “Con su mano serena / en mi cuello hería / y todos mis sentidos suspendía”. Este poema también se encuentra en la Liturgia de las Horas.

El hecho de que San Juan de la Cruz haya compuesto la mayor parte de su poesía mientras estaba en prisión a manos de la Orden Carmelita, que estaba tratando de reformar, le da aún más vigor y alas.

3. Alexander Pope (1688-1744)

Nació en una familia católica y fue formado principalmente en su casa, hasta los doce años, por sacerdotes católicos, debido a que las leyes ponían al anglicanismo como religión del Estado e impedían a los miembros de otras confesiones acceder a una educación convencional, incluso en la universidad.

Pope, que acudió a algunas escuelas católicas clandestinas y fue autodidacta, padeció el mal de Pott, que afectó su columna vertebral y atrofió su crecimiento, por lo que sólo llego a medir 1.37 metros.

Dado que se negó a capitular ante la nueva Iglesia de la corona de Inglaterra, no se le permitió vivir en Londres y, por lo tanto, quedó fuera del canon de la era de Augusto de Inglaterra, con Jonathan Swift, Samuel Johnson y Samuel Pepys.

¿Qué hizo Alexander Pope? Escribió poesía tan citable que ni siquiera sabes que lo estás citando, incluso hoy: “Un poco de conocimiento es algo peligroso”, “los tontos se precipitan donde los ángeles temen pisar” y el inolvidable “errar es humano, perdonar es divino”.

No contento con escribir algunos de los versos más famosos de la poesía en inglés, Pope también construyó sus famosos Jardines de Twickenham, lo que permitió a su círculo literario salir de Londres y visitarlo.

4. San Efrén el Sirio (306-373)

También conocido como San Efrén el Diácono y “El Arpa del Espíritu Santo”, fue el eclesiástico que entendió la importancia de los himnos, las canciones inspiradas y la poesía, no sólo en la piedad popular, sino también dentro de la liturgia misma.

Al igual que Pope, es todo el trabajo de San Efrén lo que importa, no tanto las obras individuales. Y como San Juan de la Cruz ciertamente fue un místico, pero también un asceta.

La descripción que de San Efrén hace Alban Butler es reveladora: “Su apariencia era ciertamente la de un asceta: era de baja estatura, se nos dice, calvo, sin barba y con la piel arrugada y seca como un tiesto; su vestido era todo parches, del color de la suciedad, lloraba mucho y nunca reía”.

A pesar de su extrema sobriedad y de que rehuyó la ordenación, incluso el diaconado que le fue impuesto mucho más tarde en su vida, irónicamente San Efrén nos dio y nos da alegría a través de sus cantos e himnos, que son la gloria de la Iglesia siríaca, y sus inspirados poemas que, incluso traducidos, siguen siendo edificantes.

5. Gérard Manley Hopkins (1844-1889)

Gérard Manley Hopkins, un converso al catolicismo que luego fue ordenado sacerdote jesuita, es uno de los raros innovadores de la poesía victoriana, aunque su fama e innovaciones, como el llamado “ritmo saltado”, no llegarían hasta después de su muerte.

Hopkins estaba tan adelantado en términos de invención poética que nadie sabía qué hacer con eso, hasta que el Modernismo (1900-1950) reconoció que en él la poesía inglesa había tomado un gran salto adelante.

Su uso del encabalgamiento (pasar de una línea a otra) es impresionante e impulsivo. Por ejemplo, en el poema “La grandeza de Dios”: “Se reúne en una grandeza, como el exudado de aceite / Triturado”. En cualquier otra época, la palabra “Triturado” ha aparecido en la misma línea que “aceite”; pero Hopkins entendió el nivel visual (así como el sonoro) de la poesía, y la caída de esa palabra la hace aún más efectiva.

Lea en voz alta este pasaje de The Windhover. Hopkins hace que el lenguaje sea tan tortuosamente hermoso que raya en el trabalenguas: “Atrapé al esbirro de esta mañana, el delfín del reino / del día, el halcón dibujado por el amanecer, en / su cabalgata / Del nivel ondulante debajo él aire firme y zancadas”.

Hopkins mismo era un británico converso al catolicismo y su unión a la Compañía de Jesús lo alejó de su familia por un tiempo. Sin embargo, su influencia en los poetas de la primera mitad del siglo XX no puede subestimarse y media docena de sus poemas aparecen en los cuatro volúmenes del Oficio Divino.

Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en NCR.

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