¿Qué debemos aprender?

Ayer fue un día atípico para los norteamericanos. Un país que, aunque privilegia el valor de las instituciones y la supremacía de la ley, vivió una jornada que sorprendió al mundo ante el “asalto” de simpatizantes de Donald Trump al Capitolio, el centro de la democracia norteamericana, para impedir lo que era un proceso ceremonial para la declaración final del triunfo de Joe Biden a la presidencia.

¿Qué debemos “aprender” de lo que ha sucedido en la jornada de ayer?

Es muy claro el papel que han jugado las redes sociales en la construcción de una teoría conspirativa que apoya la idea del fraude electoral. No se puede negar que un gran “influencer” en el ámbito político ha sido Donald Trump. Desde sus cuentas de redes sociales ha insistido mucho en el fraude que le impide reconocer su derrota electoral sin importar que hasta instituciones cercanas a la Casa Blanca lo han desmentido.

Ya no importó que importantes instituciones como los tribunales federales y la Suprema Corte de Justicia norteamericana desestimarán los argumentos y dichos por carecer de pruebas claras y contundentes. Lo que más influyó en los miles de simpatizantes que se congregaron en torno al Capitolio fueron los dichos de Donald Trump.

Esto nos debe llevar a darnos cuenta del peligro de las personalidades mesiánicas de la política. Porque no hay capacidad crítica, en algunos sectores, para analizar la realidad. Por lo cual, se actúa bajo la influencia de dichos a quien se le otorga una verdad absoluta. Si a ese tipo de personalidad se le agrega las ansias y ambición de poder, el peligro es mayor y devastador.

Al final se impuso la vida institucional sustentada en la Constitución Americana y los desmanes configuraron el “tiro de gracia” contra el propio Donald Trump, incitador de la violencia. Algunos legisladores le dieron la espalda cuando se reanudó la sesión de certificación. Mike Pence, el vicepresidente, ya había sido claro de que no iría en contra de la ley, la constitución y la democracia.

¿Pero qué puede pasar en los países donde las instituciones no se encuentran tan consolidadas como los Estados Unidos de Norteamérica?

La propia historia de nuestras naciones latinas confirma la respuesta. El atractivo de la perpetuación del poder se ha concretado en muchas ocasiones.

Sin embargo, si al país con instituciones tan fuertes que le pueden poner un “estate quieto” a su presidente el día de ayer vivieron un grave asalto a los principios institucionales y democráticos ¿qué puede pasar en nuestras naciones que aún se sopesa la preponderancia de la “imagen presidencial” por encima de las instituciones?

Es una grave situación que los ciudadanos que entiende los procesos democráticos y el análisis político de los hechos y signos de estos tiempos nos deben preocupar.

La división, sostenida como una postura personal que alimente sin control a un sector de la población sin capacidad de racionamiento, es crear una bomba de insurrección que puede estabilizar a las instituciones con un “casquillo de dedos“. Una situación que estará vigente a pesar de que el 20 de enero asuma la presidencia Joe Biden, ya que no se puede descargar ni la cantidad de votos que consiguió Donald Trump como el poder de convocatoria que ayer demostró.

 

 

 


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