“¿Por qué México, mi país, es tan extraño que está formado, a mitad y mitad, de una fuente inagotable de ternura y de un pozo profundo de bestialidad?”
Benito Juárez
La pandemia del Covid-19 es la mas grande crisis que esta generación ha tenido que enfrentar. Para ser honestos, nuestra descendencia no ha experimentado mayores crisis y mucho menos del tamaño global que ahora nos ha tocado vivir. Salvo en determinadas regiones del mundo que han sufrido de los conflictos bélicos, la gran mayoría de los humanos nos sentíamos cómodos y hasta cierto punto seguros en un mundo que nos ofrecía una relativa certidumbre y comodidad.
Es por ello de que la llegada de la nueva cepa del coronavirus ha venido a trastocar la vida cotidiana y sacarnos del estado de confort. Por lo cual, estamos todos con la sorpresa de estar viviendo una situación anormal que solo la concebimos como un precario argumento de cualquier novela o película de ciencia ficción o de terror.
El problema es que mucho de ese sentimiento emocional de incertidumbre que produce estrés es producido por quienes tienen un liderazgo social que ante la emergencia estuvieron erráticos al principio, otros que lo siguen estando y muchos otros que están inactivos sin poder dar una respuesta efectiva para atender no solo la emergencia médica, sino también, los efectos colaterales en los ámbitos social, económico y político.
Como en cualquier evento de desastre hay roles que destacan. Desde aquellos que simplemente cumplen con las indicaciones como otros que se unen en un esfuerzo colectivo para ayudar a los que sufren los efectos directos e indirectos. También hay inconscientes que no escuchan ni razones y desafían los esfuerzos, inclusive algunos se aprovechan para sacar un mayor provecho egoísta.
Debemos reconocer que nuestro país no se caracteriza por contar con una unidad y una disciplina social por conciencia. Sino que se requiere siempre de la coacción o se persigue que cualquier conducta sea premiada o castigada para hacer las cosas como se debe.
Este rasgo psicológico y social del mexicano, aunado con la inseguridad y la desconfianza hacia el otro y las instituciones, complican mucho más el panorama.
Ejemplo en esta situación son la discriminación y agresiones que hoy reciben médicos, enfermeras y trabajadores del sector salud. Son ellos los que se están rifando la vida y la seguridad de sus propios seres queridos en la primera línea de defensa contra este terrible mal y epidemia. Mientras que en otras partes del mundo vemos acciones de agradecimiento, en México existen golpes, violencia, insultos y hasta impedimentos para entrar a tiendas o regresar a sus domicilios.
Es una espantosa combinación de ignorancia y legado cultural que nos caracteriza y que ante el exacerbado miedo que se ha propagado por las autoridades y alimentado por las redes sociales ya crean estragos en la sociedad mexicana.
Es entendible que existe miedo. La integridad de la vida está en juego con la pandemia. Pero debemos diferenciar entre miedo y pánico. El primero, como estado emocional nos ayuda a prevenir los peligros. El pánico, por el contrario, es un miedo que puede paralizar como también realizar conductas de riesgo para uno mismo o para los demás.
Por pánico se están cerrando pueblos enteros. Aunque se entiende la preocupación no es justificable, ya que la enfermedad es una realidad que contagiará al 70 por ciento de la población. Lo que se busca con las medidas es que la cantidad no sea de golpe y por lo tanto no afecte o sature el sistema de salud que impida atender los casos urgentes.
De manera particular, hay mucho estrés las casas con la cuarentena y más por el cierre de empresas, el desempleo y las medidas, como el caso de la ley seca, que hoy impiden a los mexicanos vivir la vida normal.
No nos damos cuenta de los esfuerzos de maestros, que desde sus casas intentan rescatar los procesos de aprendizaje. Hemos visto expresiones contrarias, en las redes sociales, que insultan un trabajo y desprecian el esfuerzo. Tampoco hay reconocimiento a las personas que tienen que salir a trabajar por ser parte de las actividades esenciales.
Esfuerzos de la comunidad artística de poner sus obras o producción en las redes o mensajes de motivación son desdeñados y denostados. Veo que otras naciones hasta los vecinos ponen de su parte para ir sobrellevando esta dura situación, mientras que en México estamos más pendientes de quien estornuda para caerle encima y despreciarlo.
La tragedia no está sacando lo mejor de nosotros. Sino lo contrario, nos está polarizando más. Aunque pocas veces hemos estado unidos, en la gran mayoría de nuestro tiempo de vivencia como nación soberana la hemos transitado desunidos y en conflicto porque cada uno piensa que tiene la verdad absoluta.
Épico el lema “el que no transa, no avanza” que se actualiza en los intentos de los políticos de grillar a expensas del dolor de las familias afectadas y de los efectos negativos en todo el sistema de vida de los mexicanos. Igualmente, en los empresarios y otros líderes económicos que suponen más valioso la conservación de un sistema económico sin ponderar que sin salud no queda nada. No pretendo ser pesimista. Tan solo es la realidad que observó. Es el país que nos toca, no el que mucho desearíamos.
Queda claro que esta situación es temporal… así que vale la pena cuestionar ¿cómo queremos llegar al final?
¿Preferiremos seguir sufriendo del pánico, cobardía, inseguridad, insensibilidad, desconfianza?
El tiempo nos dará la respuesta.


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