México se estancó en la consolidación e innovación social, política y económica. Aún cuando son ciertos algunos avances políticos en el actual gobierno de Fox, no han sido lo suficiente para cambiar la percepción del mexicano común que se siente defraudado. Tampoco se debe responsabilizar a un solo hombre de este supuesto fracaso. El país como el gobierno está conformado por un conjunto de personas, que ante la naciente manifestación democrática, se caracteriza por una pluralidad ideológica. Ninguna persona, como institución política o partidaria puede rehuir de la responsabilidad de lo que ha sucedido en el país en todos estos años. La falta de acuerdos se debe a la creciente polarización de las posturas políticas de todos los actores e instituciones, lo que impidió crear caminos de desarrollo social y económico, tan necesarios en nuestro país y por años demanda del pueblo que lo conforma.
No hay mejor aprendizaje que la experiencia nacida del análisis del pasado. Tampoco podemos jugar con los indicadores sociales y económicos del país de nueva cuenta. Requerimos tomar en serio la “apuesta” por el desarrollo con juicio crítico y maduro.
El país no necesita de mesías con varitas mágicas. Se requiere de un líder que fomente el diálogo, la unidad y tolerancia en torno a un proyecto nacional menos retórico y más viable que establezca bases auténticas de desarrollo. Que aunque llegue bajo el color de un partido, tenga la madurez y fuerza moral para luchar por los intereses de todos y cada uno de nosotros sin importar la ideología. Que destierre prácticas corruptas, no escondiendo ni evadiendo, sino actuando en consecuencia. Que se olvide de palabras huecas y discursos bonitos y mejor aporte propuestas concretas y compromisos con responsabilidad.
¿Quién de los hoy aspirantes garantiza lo anterior?
¡Ese es el dilema!


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