Lo más valioso que el hombre tiene, sin ninguna duda, es la vida. Una vida que es efímera, que por lo mismo, debe experimentarla con mucha intensidad. Pero lamentablemente, en la realidad de la misma vida, su fragilidad nos enseña a valorarla más.

El caso del cáncer, una enfermedad que pone el peligro la vida, nos enseña a todos, quienes la padecen y a los seres queridos alrededor del paciente, qué tanta estima la damos a ésta. Cuando la persona es mayor puede resultar que entre la etapa de reconocimiento y aceptación sea diferente, comparado a lo que se experimenta al presentarse la enfermedad en la infancia. En los niños, que tienen toda una vida en adelante, saber uno mayor que valora la vida las consecuencias finales de la enfermedad, sin duda es un trago más amargo que resulta difícil de digerir.

Pero la vida es maravillosa al final, ya que en estas precisas pruebas los seres humanos podemos sacar lo mejor de nosotros mismos. ¡Cuántas veces no hemos sido testigos de verdaderos milagros de vida en el estoicismo ejemplar de pequeñines que, aún con corto tiempo, nos recuerdan el gran valor de la vida!

Hace algunos años, por mi amiga Marcia Lara de Moreno, fui invitado a pertenecer al grupo de donadores voluntarios de la Fundación Sueños de Ángel que se orientan en la atención de niños de cáncer en Yucatán. Contra lo que algunos me decía por el temor infundado de que donar sangre resulta dañino, porque causa de engordamiento, decidí probar suerte y me inscribí. Desde ese entonces han sido en varias ocasiones que se me ha requerido donar plaquetas, un componente sanguíneo indispensable para el tratamiento de la leucemia.

Recuerdo en que una ocasión al acudir a una donación, por alguna razón que no recuerdo se tuvo que posponer a otra fecha. Nuevamente al cumplir con la reprogramación, se me indicó por la química que hace la intervención que dudaba de que regresara, ya que la niña a quien iba a donar había fallecido durante aquel fin de semana. No obstante se cumplió con la donación, ya que son muchas las necesidades y en verdad hay que aprovechar cada esfuerzo que se hace al respecto.

La Fundación desea que los donadores mantengan un contacto cercano con los niños a quienes donamos sangre. En lo personal he acudido sin considerar la recomendación como una necesidad que imperiosamente deba cumplir. Reconozco que se me haría difícil enfrentarme a la realidad de la enfermedad y no poder mucho más al respecto. Sin embargo, cuando se escucha decir de una niña o de una madre “gracias, por darnos tu tiempo y acudir cuando las puertas y las ventanas estaban desesperadamente cerradas” – me quedo sin palabras.

Como siempre hemos insistido algunos con respecto a las opciones que tenemos ante la vida: dejar que las cosas pasen o hacer que las cosas pasen. No podemos ser indiferentes ante el dolo y el sufrimiento. Dejaríamos de ser seres humanos si no tuviésemos compasión del necesitado, pero que no quede sólo en el lamento, sino también en la acción solidaria y responsable.

Hoy desde esta columna, hago una invitación a no dejar que las cosas pasen sin sentido. La vida es muy hermosa, y algunos de nosotros somos bendecidos en tener lo que poseemos. Dar un poco de nosotros mismos para los demás es darnos la oportunidad de ser mejores humanos.

Si deseas integrarte a este equipo de quienes valoramos la vida, escríbeme un correo para que te proporcione más información, sobretodo desmitificar los temores de la donación. Ojala que algún día podamos ser todos “GORDOS” pero de espíritu, tal vez y así el mundo pueda ser mejor.


Espero que esta publicación sea de tu interés. Me gustaría seguir en contacto contigo. Por lo cual te dejo mis principales redes para dialogar y comentar los temas de interés para la sociedad y nosotros.