La concepción de la escuela ha variado a lo largo del tiempo. El origen del vocablo dista mucho de su significación actual. Los griegos tenían el “sloje”, el lugar del ocio, el centro de reunión de los pensadores, que por la madre de todos los vicios, se dedicaban a la contemplación del universo en la búsqueda de las respuestas trascendentales.
La escuela en la etapa de industrialización, el siglo XVIII y XIX se extiende y universaliza, por la necesidad de preparar la mano de obre que demandaba las nuevas formas de producción masiva. La homogenización fue necesaria, así como el uso de la metodología y técnica de enseñanza. La educación es una inversión en donde se requiere ser más eficientes que eficaces, no se admite ni la distracción como tampoco la ociosidad, considerada como pérdida de tiempo.
Insoslayablemente, el mundo actual se ha tecnificado. Esto lleva a un replanteamiento social con todas sus consecuencias, en la estructura de los valores que la sostienen. En muchas áreas, por las ventajas operativas, se ha desplazado al hombre por las ventajas de los equipos electrónicos en el procesamiento de información.
Lo grave es que hemos desplazado al hombre del centro de la discusión. Nos dirigimos a otra época oscura, ya no dominados por el fundamentalismo religioso o bíblico, como sucedió en la Edad Media, sino por el 0 y el 1, los bits o impulsos eléctricos, ausencias y presencias de energía.
La escuela no escapa de esa nueva realidad. En ella converge también la aplicación de la tecnología misma. Ésta se incorpora para “enseñar” al hombre del siglo XXI la relación del mismo con ella. Es una socialización en la tecnología más que al grupo social como tal. Solo aquel individuo que muestra competencia en el uso de mecanismos digitales tiene un lugar en el espectro social actual; lo que no dominan esos mecanismos, simplemente se segregan de la sociedad tecnológica.
La tecnología, de este modo, se convierte en el objeto de estudio. Se desplaza y concreta el papel del hombre como un ejecutor de esos sistemas. Su actitud es pasiva ante la influencia de los sistemas digitales, donde más que pensar, es solo necesario saber que botón apretar.
Como consecuencia, la escuela pierde una formadora del individuo, de su estructura y personalidad. Se pone a servicio de la tecnificación y no de la humanización y fomento de valores. Por tal motivo, no se aprenden ni nos preocupamos por los valores éticos universales y permanentes.
Hoy sigue siendo la escuela una inversión, pero a servicio de la máquina y los intereses que le rodean, el hombre y la realidad que lo rodea, no interesa.


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