No puedes hacer una revolución para tener la democracia.
Debes tener la democracia para hacer una revolución.

Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) Escritor británico. 

Enrique Vidales Ripoll
@chanboox

democraciaEl año 2014 planteó un gran reto dicotómico para el país. Por un lado se concluyó un proceso de profundas transformaciones en marcos legales de suma importancia para la vida productiva, política, económica y social. Tuvieron que pasar más de 20 años de una inacción política que provocó estancamiento al perderse muchas oportunidades de desarrollo para la nación mexicana que representaban beneficios para la ciudadanía. Por lo cual, fue más claro y evidente que por la coincidencia y convocatoria del sistema político de que ya no podía esperarse más, las fuerzas políticas respondieron junto con el gobierno y ambos tomaron las riendas, se sentaron a negociar y a pactar. Es lo que se conoció como “Pacto por México”, un espacio de análisis de la realidad, propuesta y toma de decisión sobre éstas en el proceso y camino a la concreción de la modificación legal que resultará necesaria para el país. El resultado de esa etapa de negociación política las encontramos en las reformas en materia educativa, financiera, política, energética, telecomunicación, acceso a la información, protección constitucional – el amparo – y la laboral. Un proceso esperanzador de que ahora si se lleguen a los resultados que beneficien la realidad de los ciudadanos.

Pero también significó, en otro lado de la moneda por los lamentables hechos del estado de Guerrero, el hacernos conciencia de que la situación de violencia en el país superó la racionalidad y la ficción. La filtración de los grupos delictivos en estructuras de gobierno y las consecuencias que esto acarreo nos han impactado y dejado perplejos. Esta es la esencia de las protestas, la fuerza motivadora que provoca a muchos mexicanos a salir a la calle a manifestarse, a protestar. Lamentablemente, lo que debe hacerse en orden y respeto, que constituye un derecho humano resguardado en la Constitución Política Mexicana, se ha trastocado por la intervención de sujetos que violentaron las legítimas protestas y las distorsionaron alterando la paz y armonía social.

Resulta necesario abrir nuestra mente. Ir más allá de la simple visceralidad que surge del enojo y de la ira para darnos espacio a una reflexión mucho más profunda de esta realidad. Lo que menos debemos hacer los mexicanos es dejarnos llevar por una irracionalidad que nos conduzca a un camino no claro por carecer de una visión de lo que deseamos y queremos. La caída se siente brutal. De la esperanza de un cambio y transformación que es necesaria para el país, hoy nos duele que la nación y toda su estructura social se perciba corrompida y resquebrajada. Es muy evidente que los mexicanos no queremos un país enmarcado en la violencia en ningún sentido, ni de las autoridades en contra de los ciudadanos, ni viceversa, y menos, entre ciudadano contra ciudadano. Un país no se puede construir desde la anarquía que resulta carente de propuesta. De un caos que no conduce a la consolidación de cambio benéfico para el ciudadano que desea estabilidad, paz y una sociedad que viva y se desarrolle en armonía.

Es cierto que la democracia no es perfecta. Como todo sistema social resulta perfectible. El análisis de la teoría política no puede establecer cuál de los sistemas políticos, al cual pertenece la democracia, es el más perfecto. Al final se traduce todo a la simplicidad de lo que mejor sea para una sociedad. Nuestro país ha luchado por años por una democracia e instituciones que sean firmes en su construcción. Por ello resulta difícil que los lamentables hechos de Guerrero se precipiten en un momento donde creíamos que teníamos bien fundamentadas y consolidadas las instituciones democráticas del país.

Se entiende que existan grupos inconformes. Nadie, en una democracia, tiene la verdad absoluta. Precisamente la democracia intenta darle la oportunidad a todos los grupos sociales para hacer valer sus propuestas por la vía de las instituciones y los marcos legales que las sostienen. Sin embargo, al final impera el bien colectivo y de la comunidad que por los procedimientos electorales o de representación se hacen valer en las decisiones finales.

La base de la democracia descansa en los principios de la coincidencia y de la tolerancia. La primera es el basamento que nos permite la construcción de la vida social e institucional de la comunidad de seres que deciden velar, para sí mismos, la satisfacción de sus necesidades. La segunda, la tolerancia, se debe entender como un antídoto para hacer la carga de los efectos de la decisión más llevadera. La naturaleza del hombre, como dijera Rousseau es buena por naturaleza; sin embargo, vivir en sociedad no es la que lo corrompe. El hombre no puede vivir solo, no es una entidad aparte ni individual en sentido estricto. La socialización es un elemento esencial en la constitución moral. Lo que nos lleva a irremediablemente reconocer la importancia de las normas sociales. Sin éstas la experiencia de vivir en sociedad sería un caos, una anarquía. Las condiciones del estancamiento, de la inseguridad, incertidumbre que surgirá de la inestabilidad social.

Hay grupos en el país que han llamado, por el conflicto evidente que la situación paradójica del país, al camino de una “revolución”. Una ruta que significa el no reconocimiento de las decisiones legítimas y democráticas que emanan de la vida institucional del país. Aquí no importa quien caiga. El grito es levantar a la sociedad en un clima de reclamo permanente y sonante para que las autoridades legalmente constituidas caigan, renuncien y se vayan del país.

Sin embargo ¿será que con sólo sacando a las autoridades podremos construir una sociedad democrática? No voy a negar que la soberanía se deposite en el pueblo. Así lo dice y manifiesta la Constitución. Lo que significa que el pueblo, es decir nosotros, tenemos la facultad para imponer o cambiar una forma de gobierno y sus autoridades. Si aceptamos que dicho ordenamiento es el más importante y que todo está por debajo de la Carta Magna, entonces no tendríamos problema alguno para concretar el reclamo social de renuncia de las actuales autoridades.

Solo me queda una duda en caso de lograr “tirar” a las autoridades. ¿Qué es lo que sigue? Podrá ser una pregunta que muchos consideren en este momento inadecuado ante la urgencia de ver un resultado concreto de la lucha por la paz y la justicia social. Pero también es importante tener una visión política que implica ver más allá de lo inmediato. Lo importancia sería ver más hacia dentro de la sociedad, lo que como ciudadanos estamos construyendo y consolidando en la vida institucional del país.

“Tirar por tirar”, que podría ser un gran éxito para la lucha y reclamo social. Solo será una solución inmediata y placebo de una situación problemática que se encuentra arraigada en la forma cultural de entender la práctica política en México. Porque es una situación que no nos asegura que el que vendrá nos garantice que los errores que se siguen cometiendo en las esferas de gobierno no se repitan.

Por lo tanto, más allá de una quimera efímera, el problema social que hemos vivido en este último año nos debe confrontar a nosotros mismos, nuestras concepciones de lo social y lo político. Si en algo podemos estar coincidentes es que la violencia por violencia no es el mejor camino a seguir. Tampoco el trastrocamiento de las instituciones.

Esto no significa que se impune a las autoridades que abusan del poder. Lo que se tenga que cambiar que se cambie. Lo que tenga que crearse para dar mayor fortaleza a la vida institucional del país asumamos el reto de su construcción y consolidación. No ha lugar a la indiferencia. La participación de la sociedad es indispensable para darle un mejor cauce a los esfuerzos de mexicanos nobles y con buena intención que quieren un México en desarrollo y en evolución, que se merecen por ello, ese México mejor.

¿Cuántos de los que hoy se manifiestan no han torcido en algún momento la ley? ¿Quién no ha sido seducido de acortar el camino de un trámite por la simple razón de contar con un familiar o amigo en la dependencia donde se debe cumplir con el procedimiento? ¿Cuántas veces no nos hemos aprovechado de recursos materiales o económicos que no son nuestros? ¿Alguien puede decir que nunca hizo trampa en un examen, que no copió una tarea si tuvo la oportunidad de hacerlo cuando no se cumplía con el tiempo y forma para entregarlo? ¿Cuántos están alzando la voz para clamar por justicia y en sus casas tiene productos o copias de productos piratas?

Son estas preguntas una dura confrontación personal que nos lleva a la conclusión de que la base del problema no se encuentra en un gobierno de forma exclusiva, sino que lamentablemente, es parte integrante y elemental de la sociedad.

Por lo cual, no es una “revolución” lo que necesitamos los mexicanos, sino una R-Evolución. Una oportunidad para la reflexión racional que nos conduzca a seguir un camino dentro de la vía de las instituciones y los valores democráticos, no por la violencia que la final genera más violencia.

¿Cómo construir esa R-Evolución?

Indiscutiblemente con el análisis de la realidad que nos permita encontrar los escollos del propio sistema que permiten los errores en el ejercicio de la autoridad. A partir de allá, con compromiso democrático, luchar dentro del marco de la ley para cambiar, modificar o ajustar las normas que limiten el actuar de las autoridades.

Igualmente significa aceptar que como sociedad también cometemos errores. La corrupción del país se da y fortalece en dos sentidos, no solo porque la autoridad es corrupta, sino también, los ciudadanos lo permitimos y toleramos siempre y cuando así se considere conveniente. En lo último se encuentra el aprovechamiento de un sistema que ve en el corporativismo clientelar, en la dádiva social, económica y política, los mecanismos de control social. Esta es la responsabilidad que no podemos rehuir los ciudadanos que estamos al día a día viviendo una realidad que nos resulta lacerante y desgastante para nosotros mismos.

Los ciudadanos debemos ejercer la soberanía, un poder significa responsabilidad. Asúmanos ésta con ideas, propuestas y acciones de lucha inteligentes para construir un mejor país.


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